Toros

Alfonso Ussía

Rey, Infanta y toros

La Razón
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Una de las ilusiones no cumplidas de Don Juan fue la de compartir una barrera en la Plaza de Las Ventas con su hijo, El Rey, y su nieto, el Príncipe de Asturias. Ahora, aquel Príncipe es el Rey, y El Rey ha pasado a ser Rey Emérito, que no me gusta nada. Prefiero Rey Padre a secas. Don Juan no era tan aficionado como su mujer, Doña María y su hijo. Pero consideraba que los toros resumían en la Fiesta la tradición y la cultura de España. Reinauguró, después de treinta años de falsas obras, el Palco Real de la Maestranza de Ronda. La madre de Don Juan, la Reina Victoria Eugenia, inglesa y distanciada de la tauromaquia, asistía a los toros siempre que el protocolo se lo exigía, acompañando a su marido, Don Alfonso XIII.

–Si no te gusta, te tapas con el abanico–, le decía el Rey. La Infanta Isabel, la Chata, no se perdía un festejo taurino y ahí está el romance de Rafael Duyos para inmortalizar su afición. De la Chata a la Infanta Elena hay una conexión directa aunque cinco generaciones separen a una y otra. La Infanta Elena va a los toros siempre que puede con sus hijos y un sombrero de ala ancha de tiempos de Fernando Villalón, el poeta de las marismas.

El público taurino no es de derechas ni de izquierdas. Es simplemente aficionado. Y en Madrid, un público dividido entre el purista, en ocasiones intransigente y exagerado, y el festivo. Ese público sólo coincide en el respeto cuando se crea en el ruedo una obra de arte, como la reciente de José Maria Manzanares, y para ovacionar al Rey Don Juan Carlos y al Himno Nacional cuando a la plaza llega. El aficionado a los toros sabe que la Familia Real siempre ha estado del lado de la Fiesta, de su cultura y de su tradición, rotundamente y sin ambigüedades. Ha escrito en estas páginas Abel Hernández, con su habitual y certera maestría, que esa ovación cerrada a Don Juan Carlos puede interpretarse también como un reproche al actual Rey, Don Felipe, menos aficionado, más identificado con la lejanía de la Reina Sofía respecto a la Fiesta, lejanía que también comparte con la Reina Leticia. Algo de lo que Abel apunta sucede. Los aficionados a los toros están siendo insultados, despreciados y maltratados por el populismo y los animalistas. Los toros se han prohibido en la España que dice no ser española. Los animalistas, que sufren por la suerte de un sapo partero más que por un ser humano asesinado con anterioridad a su nacimiento, han creado un ambiente hostil contra todo lo taurino. De ahí la importancia que tiene el apoyo que la Familia Real, con el Rey Padre a la cabeza y la Infanta Elena a su lado, prestan a las corridas de toros. El toro bravo no es un animal salvaje que puede sobrevivir en las dehesas sin destino ni cuidado. El toro bravo sólo podrá existir mientras perdure la Fiesta, y lo hace gracias al esfuerzo económico y la generosidad de los ganaderos de bravo, de los mayorales, de los miles de trabajadores del campo que viven del toro.

En las plazas hay monárquicos, republicanos, neutros y apolíticos. Y cuando el Rey Don Juan Carlos aparece, o cuando le brindan un toro, la ovación suena unánime, calurosa y respetuosa. No se trata de una casualidad. Es una muestra de gratitud hacia un Rey que no ha escatimado esfuerzos para estar siempre donde tiene que estar cuando su intuición se lo ha demandado. El Rey Padre puede ocupar el lugar de su hijo y representarlo en todas las ocasiones. Pero sería mejor que en los toros, el Rey Padre ocupara el lugar que le corresponde como gran aficionado, y el Rey el que le recomienda su presencia institucional. –Si no te gusta, te tapas con el abanico–.

Bravo por Don Juan Carlos y la Infanta Elena.