Alfonso Ussía
Risas de Hayedo
Así, que a tres cuartos de camino de la cumbre, cuando las hayas son reemplazadas por abedules resistentes, me dijo un amigo del valle de Cabuérniga. «A mí, el que me parece muy ridiculísimo es Cabezapolla». Se encendió mi curiosidad. Prosiguió: «Tenía que ser un hombre abierto, y ha resultado un cateto muy paletísimo. Habla esquinado y se nota que no está a la vera de su sitio. No procura enfado sino piedad. Claro... que bastante tiene con ser Cabezapolla». Y ya en los abedules que se rinden a las brañas que dominan los paisajes de Sejos. «Y tú, ¿qué opinas de Cabezapolla?». Fui sincero. «No sé a quién te refieres»; «al que cantaba. Ése Luis Llach. ¿No te parece muy Cabezapolla?. Lo veo en la tele y me viene una risa muy contagiosísima».
Mi amigo lleva más de cuarenta años en los bosques y los valles. Fue marinero y navegó por todos los mares del mundo. Harto de océanos, se refugió en su casa de Cabuérniga con su mujer, sus hijas y sus vacas. Cazó y pescó, y se hizo guarda forestal. Perdió dinero con las vacas, y se defendió en la ruina. «Un montañés no prescinde de sus vacas así como así». Es un filósofo sin pretensiones, acostumbrado a hablarse a sí mismo, como ha hecho en sus innumerables horas de soledad. Apenas sonríe. Pero cuando piensa en «Cabezapolla» se desencuaderna de risa.
No es un apodo fino, pero le encaja a la perfección al apodado. Gracias a mi amigo he adquirido un poso de misericordia cuando me topo en los periódicos con Cabezapolla y su preservativo cubriéndole la chochola. Y diga lo que diga, me da la risa. Ahora se ha sumado a la patraña de la Rovira y el fugado, que el Estado amenazó con sangre y muertos. La patraña es vil. Según Cabezapolla que se lo dijo Puigdemont. Leo a Pla, que escribió que muchos catalanes son lloricas. Comín, ex consejero, se ha despachado responsabilizando de la derrota de Barcelona para albergar la sede de la EMA «a las porras de los guardias civiles y policías nacionales». Fue tan terrible la represión que de decenas de miles de manifestantes, muchos de ellos violentos, fueron atendidos de lesiones leves cuatro separatistas. Y no reparan estos embusteros en la falta de cooperación de los Mozos de Escuadra, muchos de los cuales se pusieron en contra de la ley y a favor de los delincuentes. Cuando ya se ha desmontado la mentira de Marta Rovira y Puigdemont, llega Cabezapolla y alienta el fuego. Pero sucede que nadie le hace caso. Esa es la gran tragedia de estos perversos golfos. Que no ha habido ni un herido grave, y menos aún, un muerto para agudizar su victimismo. Lo deseaban. Vuelvo a Josep Pla y me encuentro de nuevo ante Cabezapolla y Puigdemont, prototipos del aldeanismo catalán: «Es un fugitivo. A veces huye de sí mismo, y otras, cuando sigue dentro de sí, se refugia en otras culturas, se extranjeriza, se destruye; escapa intelectual y moralmente. A veces parece un cobarde y otras un ensimismado orgulloso. Alterna constantemente la avidez con sentimientos de frustración enfermiza. A veces es un lacayo y un insurrecto»... Le faltó al genial escritor ampurdanés reparar en el defecto más acusado del nacionalismo. La paletería. Son paletos hasta en su lealtad a la mentira y la traición. Puigdemont, Mas, Forcadell, Junqueras y compañía han traicionado y mentido a los catalanes. Se han ido de Cataluña casi tres mil empresas. Han reconocido que la independencia era una quimera. Se han estercolado ante los jueces. El máximo responsable, está fugado en Bélgica, y desde allí insiste en sus bravuconadas, de las que se hace eco el pobre Cabezapolla. Y dos millones de catalanes votarán de nuevo a quienes han destrozado Cataluña. No lo puedo entender. Menos aún, alegrarme. Cataluña es muy grande en todos los sentidos para tener tan ridículos representantes.
A mi amigo y a mí, en lo alto de Sejos, nos dio la risa pensando en Cabezapolla.
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