César Lumbreras
¡Sabor, sabor!
¡Aleluya, aleluya! Por fin ha comenzado a calar la idea de que lo importante en los tomates, el fresón, el melón, la sandía, los pepinos, la lechuga, la escarola o las zanahorias, por poner tan sólo unos ejemplos, es el sabor y que, después, viene todo lo demás, como la presencia o el periodo de duración.
Llevo muchos años, como otros miles de consumidores, criticando el hecho constatable, un día sí y otro también, de que muchas frutas y hortalizas han perdido el sabor y clamando en el desierto para que, cuando compro un tomate, sepa a tomate o un fresón a fresón. Hasta ahora, en las investigaciones para poner a punto las nuevas semillas o variedades de estos productos se ha dado prioridad a tres factores: que rindan mucho, o sea, que salgan un montón de kilos; la presencia sin mácula para que entre por la vista de los consumidores y que se los lleven a sus casas; por último, que duren mucho para que puedan llegar desde Murcia o Huelva, no ya a Madrid o a Barcelona, sino a Londres o Moscú. El gran olvidado ha sido siempre el sabor. Parece que esto va a comenzar a cambiar y prueba de ello es que se está investigando, con resultados concretos ya, qué es lo que proporciona el sabor al tomate para conseguir nuevas variedades que den prioridad a este factor. Es verdad que antes, hace unas decenas de años, sólo había tomates tres o cuatro meses, que variaban en función de las zonas de cultivo y de producción, y que ahora disponemos de este producto durante los 12 meses.
Sin embargo, me hago la siguiente pregunta, supongo que como miles de consumidores: ¿de qué me sirve tener tomates todo el año si casi ninguno de ellos sabe a tomate? Como he escrito en anteriores ocasiones, o el sector de las frutas y hortalizas, entendido en sentido amplio, desde los cultivadores hasta la gran distribución y los fruteros, pasando por los productores de semillas, se ponen las pilas o matarán su gallina de los huevos de oro.
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