César Lumbreras

San Antón y Cataluña

Cuentan las crónicas que Rajoy advirtió ayer, tras la entrevista que tuvo con Durao Barroso, el todavía presidente de la Comisión Europea, de que, en caso de secesión de Cataluña, ésta quedaría fuera «de la UE, la ONU y el euro». Vamos, que los catalanes tendrían una travesía del desierto de aquí te espero y se convertirían durante un tiempo en eremitas, hasta que se aclarase su situación en el contexto europeo y mundial. El presidente del Gobierno hizo estas manifestaciones justo en el día de San Antón, un santo que procedía de una familia acomodada y que, voluntariamente, renunció a todo y se marchó al desierto de Egipto, donde vivió como un eremita. Allí el demonio comenzó a perseguirle con muchas y variadas tentaciones, que se fueron multiplicando con el paso del tiempo. Su fama se esparció pronto por todo el mundo y aumentaron sus discípulos. San Antón o san Antonio Abad, que no de Padua, es conocido por ser el patrón de los animales domésticos. No está muy clara de dónde viene su relación con ellos. Cuenta María Cruz Palacín, que escribió una gran obra sobre este santo, que «el poner a sus pies un ceboncillo se tiene por tradición antigua, que los catalanes fueron los primeros que lo pintaron así; a quienes han imitado todos hasta hoy, por haber curado milagrosamente el santo en Barcelona un ceboncillo cojo y contrahecho, recién nacido». Una Cataluña independiente y recién nacida se me antoja como un ser desvalido, que necesitaría la protección, no sólo de san Antón, sino de toda la Corte Celestial. En el resto de España también lo pasaríamos mal, pero mucho me temo que ellos peor. ¡San Antón extiende tu manto protector, que falta nos hace!