César Vidal
Shanghái (II): Sun Yat Sen
Una de las experiencias ineludibles para entender Shanghái es visitar la casa de Sun Yat-sen en el antiguo barrio francés. Sun yat-sen fue el fundador del Guomindang, el movimiento modernizador de China que acabó con la decrépita monarquía y proclamó una república decidida a liberarse de injerencias extranjeras y, a la vez, a recuperar el tiempo perdido. Sun pertenecía a una iglesia evangélica y realizó un curioso injerto de los valores de la Reforma protestante en la Historia contemporánea china. La cultura bíblica del trabajo, la insistencia en la educación, la búsqueda de la ciencia o la limitación de poderes por parte del pueblo fueron algunos de sus énfasis. La influencia de Sun llegó a ser tan poderosa que Mao no se atrevió a desarraigarla e incluso la sumó al panteón de la China comunista. Resulta interesante visitar su casa situada en la antigua rue de Molière y, sobre todo, contemplar la imagen canónica del personaje. Quizá pocas cosas llaman tanto la atención cómo la manera, dulce, romántica y, a la vez, práctica en que se presenta su relación conyugal. La igualdad civil entre el hombre y la mujer fue una meta establecida por los revolucionarios chinos antes de Mao. Sin embargo, fenómenos como el actual feminismo y, en especial, la ideología de género son vistos como instrumentos de un programa extranjero e imperialista que pretende someter a las naciones a bastardos objetivos. Lo que otros presentan como nuevos derechos es contemplado por los chinos como un fenómeno similar al del opio que fue importado por la fuerza por los británicos en el siglo XIX. Ahora, otras élites despiadadas inyectarían la ideología de género para provocar el desplome demográfico y dominar a la masa amorfa restante. Por eso, en China conceptos como la guerra de sexos no reciben lugar alguno. Sun y su esposa fueron una pareja modelo, es decir, la unión de dos figuras que se amaban entrañablemente, que compartían una meta común, que construyeron una familia estable y que jamás se habrían enfrentado porque el hombre y la mujer existen no para combatirse sino para constituir entidades armónicas. Puede que a muchos les parezca arcaico e incluso injusto este relato de dicha matrimonial. Los chinos, por el contrario, lo contemplan como la garantía de futuro de una sociedad. Ese porvenir está en sus manos mientras que Occidente parece empeñado en perderlo.
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