Alfonso Merlos
Silencios elocuentes
Está en su derecho. ¡Sólo faltaba! A no decir ná de ná. Y a seguir las directrices de su abogado, en el caso de que no sea el propio Nicolás el que esté llevando las riendas en esta truculenta historia que tiene menos de circo de lo que aparenta, y más de investigación pura y dura sobre al menos tres graves delitos perpetrados por el personaje en el curso de sus aventuras y desventuras. Pero, ¡qué paradoja!
Porque el investigado está causando una impresión que da un poco de pena (aunque de momento le haya podido alegrar el bolsillo): en los platós de televisión, y previo presunto pago, habla por los codos; lanza insinuaciones, traza sombras de duda sobre políticos e instituciones, despeja todas las acusaciones sobre su persona considerándolas escuálidos infundios; ¡y tira porque le toca! Ahora bien, cuando le llaman a sede judicial, enmudece; no tiene nada que aportar hasta que a su letrado no se le entreguen papeles fundamentales.
Cuesta creerlo. Pero, sin embargo, es hasta cierto punto comprensible su actitud, la evolución de su discurso. El joven Fran ha pasado de estar a la ofensiva a mantenerse agazapado, de pronunciarse a tumba abierta y de forma harto imprudente sobre cuestiones de extrema sensibilidad a hacerlo con la máxima prudencia. Y los españoles empiezan a tener la sensación redonda de que le han calado.
Normal, piensa el respetable. En los juzgados no pagan al compareciente, pero además es que si éste mete la pata, se la juega. Así de simple, de evidente y de rotundo. La estrategia del ventilador ha fracasado. Ya queda menos para que a este supuesto aprendiz de comisionista se le caiga la careta. La Justicia tiene sus tiempos. Y es inexorable.
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