Violencia de género
Sin madre
Juana tiene a sus hijos muy lejos. Para llegar al pueblo de Cerdeña donde están ahora con su ex marido, tiene que volar hasta Cagliari, hacer escala en Roma, recorrer unos cien kilómetros en coche hasta el puerto de Calasetta y navegar cuarenta y cinco minutos a bordo de un transbordador que pasa cada hora y media. En total unas diez horas de viaje. El lugar es pequeño y en el hostal hay pocas almas. Tiemblo de pensar en vivir ahí en invierno. Solo un oriundo o un enamorado podrían soportarlo. Juana, siendo muy joven, se enamoró de un nativo de allí, un hombre, quince años mayor, que regentaba un hotelito de pocas ventanas. Allí tuvo un hijo. Después problemas de pareja, después una denuncia de ella con condena, al marido, por malos tratos. Después reconciliación y regreso a la isla. Es de libro que una mujer maltratada con hijos, dependiente económica o emocionalmente de su compañero, vuelva a intentarlo. No sé lo que pasó entre ellos. No sé hasta dónde llegó él en su violencia. No lo sé. Sí se que los que hacen las leyes se equivocan a veces, también algunos de los que obligan a cumplirlas. Si no es verdad que el marido de Juana la hubiera maltratado, ¿por qué le condenaron? Ahora han condenado a Juana y a sus hijos a vivir separados. ¿Se puede vivir sin madre? ¿Se puede rehacer una vida a diez horas de vuelo de tu casa? Porque él acepta la custodia compartida siempre y cuando sea en Italia, donde él tiene sus raíces, su familia, su trabajo. Pero, ¿qué tiene ella ahora en ese lugar? A sus dos grandes amores, sí. Un desastre para todos. Y no, no se puede vivir sin madre.
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