Escultura
Sin referentes actuales
El arte español está siendo noticia por la celebración de dos ambiciosas exposiciones internacionales: en la National Portrait, de Londres, y en el Meadows Museum, de Texas. En el primer caso, un conjunto de retratos de Picasso permite reconstruir la labor que el artista malagueño realizó dentro de este género, marginal en el siglo XX; en el segundo, una excelente selección de obras de Picasso, Gris, Miró y Dalí reconstruyen el núcleo rocoso del arte español de la primera mitad de siglo. Ambas noticias son excelentes e indican el lugar referencial que los autores españoles de vanguardia poseen en las relecturas que se realizan de ese tiempo. Pero, al mismo tiempo, denotan una preocupante estereotipación que sobre el arte español más reciente está arraigando entre la instituciones: parece acabarse en nuestros mitos, pero no basta para justificar muestras colectivas que ofrezcan una «imagen de país». España carece de un movimiento de última generación –al estilo del neoexpresionismo alemán, la Transvanguardia italiana o el Young Bitish Art– que haga de eje de internacionalización. Tampoco constituye un mercado emergente como China, India o territorios de Latinoamérica para encontrar un hueco en los circuitos mundiales. Ni siquiera el 15-M –el único movimiento social de escala global en el último siglo surgido de España– tuvo un reflejo artístico –más allá de cierto hooliganismo– que actuara como caja de resonancia para nuestros creadores. Algo va mal. El arte español se está convirtiendo en un asunto de nostálgicos y ha perdido como colectivo el pulso de la actualidad. Tampoco las instituciones terminan de apostar por él y de actuar como organizadoras a posteriori . Parece que, como en «Casablanca», diremos aquello de que «siempre nos quedará París» –el de las vanguardias–.
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