Cástor Díaz Barrado

Sin vacaciones

La política exterior no descansa. El destino de los estados se debate, cada día, entre lo posible y lo que se consigue. Lo que se hace, bien o mal, en las relaciones internacionales permanece en el tiempo y cualquier comportamiento tiene consecuencias. Las contradicciones y los desvíos de una política exterior clara se pagan. España se encuentra en un momento idóneo para diseñar y ejecutar una política exterior que resulte coherente y que se asiente para muchos años. Todos los frentes están abiertos e, incluso, hay que abrir muchos más. La prioridad europea de nuestra política exterior debe llevarse con normalidad y, sobre todo, con la exigencia de que apostamos por la integración en Europa. La Unión Europea no sólo es posible y necesaria sino que el proceso de unión es irreversible. Debemos tener la convicción de que nos interesa demasiado que los avances no se detengan y hay que negociar con ahínco la defensa de los intereses de España. Alemania, en particular, debe comprenderlo y seguro que seremos capaces de que lo entiendan. El eventual abandono de la Unión por parte del Reino Unido nos resultaría beneficioso y no supondría drama alguno en el proceso europeo de integración. Nada más cerca de las posiciones españolas que el desarrollo de una política sólida en Iberoamérica. Necesitamos cambios profundos en nuestra legislación y no debemos desaprovechar la oportunidad de construir una «ciudadanía iberoamericana» que permita el libre tránsito por el espacio iberoamericano de personas, profesionales y empresas. Es posible y, en modo alguno incompatible, con nuestra dimensión europea. El camino que están recorriendo los estados de América Latina en sus logros económicos debe hacerse con la participación de España. Somos europeos pero somos, en nuestras relaciones con América Latina, algo más que europeos y distintos. Hay que elegir muy bien los sectores para la cooperación con los estados. El norte de África se avecina como un espacio de sumo interés y no estamos para perder oportunidades. Las relaciones con Estados Unidos y China han de ser fluidas y deben convertirse en aliados permanentes en nuestra política exterior. En estos años, España no puede irse de vacaciones y hay que conducir una diplomacia silenciosa y sin alharacas, pero que tenga la profundidad suficiente para que deje nuestra huella en las relaciones internacionales. Se trata de poner en marcha políticas individualizadas y adaptadas a cada una de las circunstancias en las que se encuentran nuestros socios y no tanto defender posiciones generalistas. Los aciertos, y las ventajas, están garantizados si nos ponemos manos a la obra.