Iñaki Zaragüeta
¿Sirve para algo?
Solidez, charlatanería, populismo y desorientación podrían ser las conclusiones del debate entre los candidatos de los cuatro partidos con posibilidades de participar o influir en la formación del Gobierno tras el 26-J. Un encuentro, por más que se empeñen los sociólogos, un tanto inútil.
Mariano Rajoy superó los ataques, a veces desaforados, de los tres frentes y apareció como el único con un proyecto sólido como corresponde a quien ha tenido la responsabilidad de gestionar el momento más complicado de las últimas décadas. Quien tiene claro cuál es la meta y el modo de llegar a ella con realismo. Ninguno de sus contrincantes pudo contrarrestar sus datos.
Pedro Sánchez, quizá el derrotado, se vio un tanto desarmado al prescindir del improperio, pero sobre todo basó su discurso en la oratoria del charlatán de feria que tanto le gustaba a mi abuelo Nicolás. Sin convicción, a la espera de atraer al incauto. El que más habla de ser presidente y el que menos probabilidades tiene de serlo.
Pablo Iglesias, con su populismo a cuestas, ventajista, tuvo claro su propósito: satisfacer a los suyos y a los que le apoyan. Y sobre todo dar otro mordisco electoral a las carnes socialistas. En cuanto se le brindó la ocasión, provocó a Sánchez para desarmarlo y dejarlo sin respuesta, en evidencia.
Finalmente, a Albert Rivera se le vio desnortado, sin saber bien dónde estaba su probable socio o su enemigo. Parece que no termina de cuadrar la cabeza con el corazón. No sabe si decidirse por echarse en brazos del PSOE –es lo que le pide el cuerpo– o por aceptar la racionalidad de la deriva popular como esperan la mayoría de sus electores. Así es la vida.
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