Lucas Haurie
Susana en campaña
Los analistas más malvados aseguran que Susana Díaz ha copado las plazas del primer AVE que salga para Madrid el 21 de diciembre, tal es el ansia que tiene por descabalgar a Pedro Sánchez del trono de Ferraz «en cuanto el guapo se pegue el morrón». Si las encuestas no yerran, lo cual es mucho decir, no tendría más remedio con independencia de su voluntad. Y conste, que ahora es más reticente que antes porque ha tomado conciencia de lo mal que funciona la traducción simultánea de su discurso al norte de Despeñaperros. Sin embargo, en la Administración andaluza hay quien hace cuentas todavía más taimadas y prevé que un buen resultado global del PSOE, apuntalado por fuerza por una victoria en el feudo meridional, permitiría a la presidenta enviar a Madrid una delegación mitad caballo de Troya y mitad puente de plata; lo uno, porque infiltraría el cuartel general del enemigo (que es el secretario general) y lo otro, porque le permitiría librarse de algunos de los pesos muertos que lastran su gobierno, tal y como hizo Chaves cuando le endosó a Zapatero a Maleni y a Carmen Calvo. Ella se ve mejor ahora en ese papel de directora en la sombra. No es que la época preelectoral desate las imaginaciones, es que ninguna hipótesis es descartable en el actual escenario de alta volatilidad: ni siquiera el improbable tripartito que pregona el sector más temeroso el PP. Mientras tanto, Díaz hace campaña por el carril; sin levantar demasiado la voz, no vaya a ser que la confundan con un partidario de Sánchez, y sin dejar de atizarle a Ciudadanos, acaso para recordar que la emperatriz jamás deja de considerar como súbditos exterminables a todo adversario político, incluidos sus cirineos parlamentarios.
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