Rosetta Forner

Terremotos... vitales

La Razón
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No voy a hablarles del terremoto ocurrido en el mar de Alborán, sino de la metáfora que representa uno cuando este afecta a un nivel existencial. Las personas creemos vivir tranquilas, a salvo de ‘problemas’, hasta que llega la Tierra y nos muestra que ‘nada es para siempre’, que las cosas cambian, tropiezan, entran en conflicto. En el interior de cada persona hay ‘volcanes’ latentes, algunos erupcionan de una manera tan horrible que nos eriza el alma, como el caso de ese hombre que tiró a una niña de año y medio por el balcón al ser sorprendido por la madre de la misma cuando abusaba de ella, o como esas personas que, por envidia (‘hambre del alma’, según Unamuno), matan a un semejante, o las que, en base a sus ideas políticas, difaman, vejan y ningunean a todo el que no piensa como ellos o incluso lo asesinan (como ha hecho ETA). En nuestro interior conviven ángeles y demonios, el bien y el mal. Cada uno tenemos una escala de valores que conforma un código ético con el que nos conducimos en la vida. En base a dichos valores, hay quien se responsabiliza de su vida y todo lo que conlleva. En cambio, otros asumen el rol de ‘víctima’ y deciden tener sólo derechos dejando las responsabilidades para otros, así podrán usar la acusación y la manipulación cuando esos ‘otros’ no se comporten arreglo a sus deseos. Hay quien no sabe gestionar –ni quiere aprender-, la frustración que le produce el vivir. Consecuencia de ello son los diversos ‘terremotos existenciales’ que se producen en esa persona. A veces, se manifiestan en forma de enfermedad leve, otras como depresión, trastornos psiquiátricos...En estos casos, la persona la emprende consigo misma, esto es, se autocastiga, se hace pagar caro la factura de la decepción. Empero, los manipuladores dirigen toda la carga contra los demás, creando terremotos de consecuencias, a veces, muy graves e irreversibles. Aprender a manejarnos con la frustración, madurar, usar el amor como vínculo con uno mismo y con nuestros semejantes, fortalecería la autoestima y evitaría ‘terremotos existenciales’.