Irene Villa
Testimonio ejemplar
Ya uno de los seis hermanos de la cuarta víctima de la macrofiesta que tiñó de luto y tragedia el Día de todos los Santos nos transmitía entereza horas antes de apagarse la vida de la menor. Sabía que ya estaba en manos de Dios y eso le llenaba de paz. Él mismo admitió que aquella serena respuesta fue gracias a la fe. Nos tranquilizó a todos, dándonos un increíble ejemplo de serenidad, debida también a la unión de toda su familia. Quizá lo que más impactó es que, en vez de sentirse abatido y sin esperanza, se sintiera afortunado por las miles de personas que rezaron por la pequeña Belén Langdon. Sólo tenía palabras de agradecimiento y en ningún momento quiso buscar culpables. Pero las palabras de Yolanda del Real, su madre, impresionaron aún más si cabe: «Me sostiene saber que mi hija está en un lugar infinitamente mejor que éste y que es feliz». Admirable la generosidad de una madre que antepone la certeza que le da la fe de saber que su hija está bien a su dolor.
Estudié en Psicología que, después del primer contacto con un acontecimiento trágico o doloroso, somos nosotros, y sólo nosotros, los que elegimos cuánto queremos sufrir. Este testimonio es el más grande ejemplo de que la vida puede mostrarnos su lado más cruel y caernos, pero es uno mismo quien decide quedarse en el suelo. Y aunque a algunos nos siga pareciendo una reacción insólita cuando te arrancan a un miembro de tu familia, es la más admirable y ejemplarizante respuesta.
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