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Torbellino

La Razón
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Vuelve la canícula; con la subida lógica de las temperaturas veraniegas coincide en el tiempo el mareante mercado del fútbol, que no es una mezcla de olores como el de las especias en Estambul sino un vertiginoso trasiego de billetes. Lluvia de millones, a menudo tormentosa si la borrasca proviene de las Islas Británicas, que empapan de impotencia a los clubes que no pueden mantener a las figuras, que van de un lado a otro impulsadas por golpes de talonario en toda la cláusula de rescisión. El pavor asola a quienes sostienen a duras penas una plantilla aseada, amenazados por el Mr. Marshall de turno, ejemplo concreto de ese sueño que Berlanga no convirtió, como la opa del Barça al Deportivo cuando el último día de mercado Núñez arrebató a Lendoiro el pilar más importante de la plantilla, Rivaldo.

Y con la canícula, el Tour, que en medio de la planicie inicial, de las rotondas, de las curvas aceitadas que dan con los huesos de Valverde en el hospital, se abre paso entre la vorágine balompédica. Morata, a un paso del Manchester United, por más de 70 millones, y el Sky de Froome en entredicho porque en la contrarreloj utilizó un maillot más o menos galáctico. Burbujas de aire que, adaptadas a los brazos y a los hombros, producen turbulencias que reducen la resistencia. Más penetración, más velocidad, menos tiempo, ¿seguro?: Landa, 102º a 1:08 de su líder ocasional, Geraint Thomas. La UCI ya homologó al Movistar un mono de características parecidas. Un avance, como las ruedas lenticulares o el manillar de triatleta. Torbellinos para vencer la resistencia del fútbol.