Toros
Toros y moral
Los antitaurinos salen estos días, vísperas de la feria de San Isidro, arremetiendo, lanza en ristre, contra los aficionados a la fiesta de los toros. En su argumentario, adobado de sangre y de sol, como la bandera de España, exhiben sin ningún pudor su superioridad moral frente a los que, siguiendo la «bárbara tradición» de sus mayores, acuden a la plaza a contemplar alegremente la corrida, y no digamos frente a esa especie a extinguir que son los matadores de toros, vestidos de luces, a los que comparan nada menos que con los gladiadores romanos. La peligrosa tendencia a sentirse moralmente superiores es una de las características de la izquierda y, hasta hace poco, de la jerarquía católica con permanente riesgo de enfrentamiento social y político, como hemos visto en el pasado y estamos viendo aún hoy. Puede que este cerril convencimiento de poseer la moral en exclusiva y de mirar al otro por encima del hombro sea la principal causa de la intolerancia, como la que exhiben hoy los antitaurinos, los animalistas y los que sitúan la modernidad de España en acabar con las plazas de toros y, por supuesto, con la influencia católica, «la España de Frascuelo y de María». Borradas estas señas de identidad, antiguallas del oscuro pasado, piensan, el país avanzará hacia el progreso y brillará como un diamante en el concierto de los pueblos civilizados.
Sin entrar en polémicas inútiles, hay que reconocer que supone una elevación de la conciencia moral el respeto y amor a los animales que hemos experimentado en los últimos años. Este mayor aprecio se observa tanto entre taurinos como entre antitaurinos, entre cazadores y entre enemigos de la caza, entre vegetarianos y entre carnívoros. Pero sin pasarse. Los más fanáticos defensores de los animales rozan la degradación moral al rebajar al ser humano a su pura condición de animal, más o menos evolucionado, pero sin diferenciarse esencialmente de los animales, que se convierten en sus semejantes. O sea, privan al hombre de su dimensión espiritual. Son los mismos que miran con más condescendencia a la mujer que aborta que al torero que mata a un toro en la arena. Hay quien propone volver a la tribu. No me extraña. Confieso que dentro de unos días, como cada año, invitado por el embajador José Cuenca, asistiré sin mala conciencia a una corrida de la feria de San Isidro.
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