Historia

Alfonso Ussía

Troya

La Razón
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En ocasiones, cuatro versos resumen un poema homérico. La Ilíada, por ejemplo. Lo consigue el poeta colombiano Ricardo Carrasquilla. «Se robaron una niña,/ y como era linda joya,/hubo furibunda riña/ y ahí se armó la de Troya». La belleza de una mujer y los celos han traído de mal traer al hombre desde los tiempos de las cavernas. Ellos cazaban ciervos y bisontes, y ellas aguardaban en las cuevas su regreso mientras cuidaban a los jóvenes y los niños, más a los primeros que a los segundos. Siglos y siglos han transcurrido y los celos siguen vigentes en las relaciones humanas. El poema épico de Homero, en su conjunto, resulta aburrido. Pues eso, que el hijo menos recomendable del monarca troyano Príamo, Paris, le roba en su propia casa al griego Menelao a su mujer, Elena. Los griegos, con Aquiles y sus mirmidones a la cabeza, atacan Troya con la mayor escuadra de la Historia, y ahí no queda títere con cabeza. Ni el bueno de Héctor, ni el sensato Príamo, ni el propio Aquiles, el de los pies ligeros, que termina cayendo a manos de Paris, el culpable del lío. Y todo por los cuernos de Menelao. Una exageración. Una reacción desmedida y extravagante, muy propia de aquellos tiempos tan confusos y sangrientos. Hace años se resumió la Iliada homérica en una película, «Troya», en la que Aquiles se mete en el cuerpo de Brad Pitt, que se termina de divorciar de Angelie Jolie, después de doce años de feliz matrimonio. Se rumorea que en esta ocasión ha sido Menelao el que ha engañado a Elena, y que ésta, ni corta ni perezosa, le ha exigido el divorcio y una buena parte de los 400 millones de euros que disfrutaban en común. Dentro de lo que cabe, un final más civilizado que el acaecido en Troya, donde –si mal no recuerdo–, también murió Menelao, el cornudo vengativo.

Cuando dos hombres se distancian, o discuten, o principian la senda de la enemistad y el rencor, el amor y los celos andan de por medio. Un científico no rompe relaciones con otro por una fórmula debatida. Pero si en el laboratorio se mueve una científica, que además de sabia es guapa, esos dos científicos se convertirán en enemigos hasta la muerte. Dos políticos nacidos y crecidos en el mismo corral, conllevarán ánfora hasta que una de las asas se rompa por mirar a la mujer que el otro cree exclusivamente suya. Entonces Menelao y Paris serán capaces de cualquier barbaridad para salvar aquello que más desprecian. Su honor. Un honor errado, por cuanto el honor está en la lealtad, el sentido del servicio a los demás, la decencia administrativa y otras quimeras, pero no en las miradas y los lechos.

Ni uno es Menelao, ni el otro Paris, ni la mujer en cuestión, Elena. Pero algo muy grave ha estallado entre ellos, pólvora de pasión, terremoto de lujuria. Se escudan en el método. Que si hay que ser más duro, que si hay que ser más blando, que si hay que mentir mejor, que si hay que mentir con menos reconocimiento de la mentira.

Ellos, Menelaolín y Parisón, han sido «compas» inseparables en la revolución pendiente, y amigos de verdad, de los que hablan, discuten y se alzan la voz para terminar en el tranquilizador abrazo. Tan compañeros han sido que los dos, uno y otro, Menelaolín y Parisón, se han financiado con el mismo dinero llegado de los ultramares y se han respetado los amores, los requiebros y las zalemas. Pero cuando más felices estaban, proyectaban, se sentían y yacían, la sombra de ella los ha separado. Troya en el populismo, Troya en el comunismo, Troya en el anticapitalismo, Troya, Troya y más Troya. Y después de Troya, la tralla. Y uno se pregunta si merece la pena romper una armonía por una mujer, por bella que sea, se llame Elena, Angelie, Dulce Nombre de María o Rita. En las relaciones del hombre y la mujer no vence, como en los celos de los animales, el más fuerte y poderoso. Vence el que quiere la mujer que triunfe. Llegados a este punto sin retorno ni discusión posible. ¿Para qué romper una amistad fraguada en el amor a la gente y las sonrisas compartidas? ¿Merece Troya una segunda versión?

¿Han dejado de cantar los pájaros, de brillar las estrellas y de incorporarse el sol por el Oriente? Seriedad, muchachos, seriedad. Que ya lo advirtió Churchill: «El político que distrae su cabeza y sentimiento por la belleza de una mujer, jamás alcanza sus objetivos». Lo cierto es que no puedo asegurar que esta frase sea de Churchill, pero si cuela, por mi parte no hay inconveniente.