Alfonso Ussía

Turista paleto

La Razón
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Los turistas paletos, con abrumadora mayoría, no son originales. Inmortalizan sus viajes con fastidiosa vulgaridad. En París, con la Torre Eiffel al fondo. En Roma, el Coliseo, la Fontana de Trevi y la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Londres, el Palacio de Buckingham y Piccadilly Circus. En Madrid, el Museo del Prado, la Puerta de Alcalá y la Plaza Mayor, sin olvidar el Palacio Real desde la Plaza de la Armería. En Nueva York, la terraza cimera del Empire State, en Moscú la Plaza Roja y en Barcelona la Sagrada Familia o cualquier otra cosa de Gaudí, como el Parque Güell o la Casa Milá, de los antepasados de Mercedes. Y en Ciudad del Cabo, la fotografía más elegida por los turistas tiene más mérito en su obtención. Su lugar, la celda de Nelson Mandela en la prisión de la isla de Robben.

Para ello hay que esforzarse. Embarcar en Waterfront, en Ciudad del Cabo, y navegar las nueve millas que separan la bella ciudad sudafricana de la isla de Robben, llamada por los ingleses Robben Island –como es de recibo–, y por los «afrikáans» descendientes de los holandeses, Robbeneilend. Nueve millas sobre un mar infestado de tiburones blancos. Un mar desaconsejado para el baño y la natación. Allí permaneció más de un decenio encarcelado Nelson Mandela junto a varios de los suyos, como su fiel y leal Sisulu, que fue para Madiba como Soraya para Rajoy, uña y carne.

El último en visitar la celda de Mandela y fotografiarse agarrado a los barrotes del habitáculo ha sido el turista paleto Pedro Sánchez, que después de visitar Los Ángeles y Nueva York en pos de militantes del PSOE, ha volado hasta Ciudad del Cabo para convencer a los que allí viven y trabajan de la conveniencia de sus votos. Dado que en Ciudad del Cabo los militantes del PSOE son cuatro, le ha quedado tiempo libre para hacerse la foto en la celda de Mandela. Una fotografía histórica con posterior mensaje ante los representantes de la prensa. «Mi política se inspirará, desde ahora, en Nelson Mandela y su lucha por la libertad». Como frase, redonda. En su continente, emocionante. En su contenido, pitorreable.

Porque Sánchez, que viaja más que el baúl de doña Concha Piquer –y si lo hace es porque puede–, tiene los mismos rasgos y circunstancias vitales de Mandela como el que escribe del gran jefe Sioux Águila Blanca. Al menos, entre Águila Blanca y el que esto firma había una habilidad compartida, una afición desarrollada en común. La equitación. Águila Blanca montaba a caballo divinamente, lo mismo para atacar que para escapar de los casacas azules, y yo lo hago con sosegado empaque, como las hermanas Serra de Podemos, aunque éstas de cuando en cuando se regodean en las cabriolas. Sánchez, por mucho que se afane en ello, jamás podrá ser comparado con Mandela. No es negro, nunca ha sido perseguido ni encarcelado, en su vida ha ganado unas elecciones democráticas, ha dividido a su partido político en lugar de unirlo, y carece del atractivo personal que hizo de Mandela un mito universal, aunque los mitos universales no sean en algunos casos recomendables, como es el del Che Guevara, un asesino psicópata que todavía es venerado por los lelos e ignorantes, que según Eugenio Montes, confunden a Marsilio Ficino con Pico de La Mirandola.

Sánchez puede haber conseguido que los cuatro militantes del PSOE que trabajan en Ciudad del Cabo le hayan prometido su voto. Me alegro por él y por Zaida Cantero. Pero ha quedado mal como turista. Ha demostrado el lastre de su vulgaridad, de su creciente paletería. Se ha hecho la foto del turista paleto, y ha logrado que muchos de sus partidarios de la militancia socialista se hayan preguntado. –Y a nuestro Pedro ¿qué se le ha perdido en África del Sur?–. Hay votos que salen por un ojo de la cara o una criadilla del entrepernil.