Alfredo Semprún
Ucrania no se arregla con 7.000 soldados «rápidos»
De los tiempos de la «guerra fría» recuerdo un ensayo británico titulado «La Tercera Guerra Mundial». Reservo piadosamente el nombre de los autores, uno de ellos general retirado del Ejército de su majestad, porque no acertaron ni una. Pero ni una. Con decirles que el asunto terminaba con una República Democrática Alemana independiente de la tutela de Moscú, pero reacia a unificarse con la República Federal de Alemania. Simple expresión de deseos de unos ingleses temerosos del renacimiento germano. Pero el libro tenía buenos momentos. La descripción de la batalla fronteriza entre las divisiones acorazadas soviéticas y las de la Alianza Atlántica; el empleo táctico de la aviación contra las unidades blindadas, los problemas logísticos, el apunte de unas operaciones en el ambiente enrarecido de guerra electrónica, la deserción de los países satélites de la Unión Soviética... Al final, como ocurría con casi todos los juegos de guerra de la época referidos al frente centroeuropeo, se acababa recurriendo al arma nuclear táctica y se paraba el conflicto cuando amenazaban los primeros pepinos gordos termonucleares.
Fue la construcción de la teoría de la «Mutua Destrucción Asegurada», que Reagan se pasó por el arco de triunfo con su farol estratégico del «escudo espacial». El caso es que cayó el Muro de Berlín, la Unión Soviética –sin dinero para tanques ni para mantequilla– implosionó y en el imaginario apocalíptico las divisiones acorazadas rusas fueron sustituidas por algún general loco o corrupto que remataba bombas nucleares en el mercado negro. En 1990, Estados Unidos tenía desplegados en Europa más de 200.000 soldados de primera línea, a los que había que añadir otros tantos de la República Federal alemana y 80.000 ingleses. Había más tropas, claro, porque la Alianza Atlántica comprometía a todos sus miembros frente a la URSS, pero el «núcleo duro» eran los tres citados. Esta semana, en Cardiff, la tierra de Bale, se ha celebrado la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN con el resultado sorprendente de que se ha llegado al acuerdo de organizar una unidad de intervención rápida de 7.000 efectivos, capaz de intervenir en cualquier parte del mundo en menos de 48 horas. Siete mil soldados, cuando sólo Estados Unidos aún mantiene desplegados en el Viejo Continente 63.000 efectivos y nueve escuadrones de cazabombarderos, repartidos en Ramstein y Spangdhalen (Alemania), Aviano (Italia) y Lakenheat (Gran Bretaña), amén de los escuadrones de ataque nuclear, guerra electrónica, apoyo y transporte. Estamos, pues, ante un simple gesto político, hueco, que no engaña a nadie. Porque lo de Ucrania no ha sido un problema de escasez de medios militares, sino de un adecuado cálculo riesgo/beneficio.
Siete mil hombres es mucho más de lo que ha despachado Rusia para doblarle el pulso a Kiev y, de paso, a Occidente. Y ahí estuvo bien nuestro presidente Mariano Rajoy cuando planteó su posición: primero vamos a ver qué queremos hacer y cuál es la estrategia, y, luego podemos empezar a hablar de los medios. Porque –y esto no lo ha dicho Rajoy– si de lo que se trata es de frenar a Rusia, siete mil hombres no significan diferencia alguna. Y que no hubo generales locos vendiendo armas nucleares. Las tenían a buen recaudo y no se les ha olvidado como se usan.
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