José Jiménez Lozano
Un enigmático lenguaje
Oyendo, al principio de este invierno, a un vendedor especializado en asuntos de calefacción, al amigo a quien acompañaba y a mí nos pareció que hablaba en alguna jerga filosófica o de alta sofisticación, porque, de entrada, nos preguntó si estaríamos interesados en la «termización invisible»; y, como no cayéramos en lo que pudieran significar unos fonemas tan aparentemente tecnológicos e inquietantes, nos aclaró que se trataba de un «suelo radiante», antiguamente «gloria». «Y mucho antes “¡hipocausto!”», que significa «algo que arde debajo», dijimos nosotros; aunque él prosiguió hablando de «agresiones climáticas» en vez de calor o frío. Es decir, siguió utilizando un leguaje como el la «culta latiniparla» que decía don Francisco de Quevedo, o el del médico de Molière quien, cuando la madre de la niña, que lleva a ésta a consulta, informa al doctor de que su hija no puede hablar, aquel contesta que es que tiene «afasia».
Pero, en este lenguaje del vendedor de calefacciones, se va un poco o un mucho más allá; se inventa el sustantivo «termización» y se le aplica el adjetivo «invisible» que da a la cosa un tinte de alta tecnología y de esoterismo, que, es bastante común, sin embargo, y que ya ha entrado incluso en las cocinas, y con un raro empuje.
Hasta hace unos pocos años, ilustres escritores entre nosotros, como Cunqueiro o Néstor Luján, que eran gastrónomos – y ambos algo más que literarios– podían escribir literariamente de platos y pucheros como Zurbarán o Baugin podían pintarlos en sus «pinturas de cosas» o, más específicamente en este caso, bodegones. Pero esto es otra cuestión. Ahora hay, por lo visto, más bien emisiones de televisión que libros –aunque tampoco éstos faltan– en los que se utiliza no la jerga de las cocinas, «lengua de disciplina u oficio» al fin y al cabo, sino un lenguaje hipertrofiado e interterdisciplinar en el que se oye hablar de «texturas de la alcachofa», y «la ruta de los sentidos» que significa el ir a la compra al mercado, o tienda de alimentación, antes «Ultramarinos y Coloniales», que guardaban los exquisitos y exóticos aromas de un imperio perdido.
Y son expresiones éstas, las relativas a la alcachofa, que realmente parecen provenir del mundo del textil, o de la crítica moderna de arte, mientras lo de «la ruta de los sentidos» parece sacado de algún tratado barroco de ascética; pero enigmáticas fórmulas son, sin embargo, si se utilizan para la cocina. Aunque hay infinitas expresiones más, que parecen maravillar a las gentes, mientras el lenguaje llano, si no está olvidado, se detesta como una de las «vejeces» o antiguallas contra las que luchó el señor Mao Zedong en su Revolución cultural.
¿A quién se le puede ocurrir decir hoy ya «cogollo»? A alguien muy rústico. Y seguramente también le parecerá rústica Santa Teresa que hablaba del cogollo del palmito para llegar a lo real último como imagen de lo real verdadero hallado después del desecho de las hojas, imagen de lo que no es sino apariencia.
Este lenguaje al que me refiero es preferentemente utilizado por políticos, especialistas en comunicación y enseñantes progresados, junto a alguna palabra del inglés americano que parezca algo así como antes una cita griega o latina, y convenza a todo el mundo del saber de quien la utiliza.
Sean como sean las cosas, el hecho es que ese dialecto de nuestras élites y nuestros comunicadores no tiene traducción posible y, en el plano de la cocina, tal sabio argot nos da la impresión de un lenguaje filosófico esotérico, y, al paso que vamos, y teniendo en cuenta, además, que el inglés americano puede sustituir al español en cualquier momento –porque ya hasta se estudia Historia de España y no sé si también gramática española en este idioma–, no va a haber más remedio entre los españolitos que no estamos progresados que una especie de traducción simultánea, de mayor necesidad, sin duda, que la que hay en el Senado de este nuestro país tan plurilingüe.
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