Julián Redondo
Un paseo por las nubes
Si el fútbol es un estado de ánimo (Valdano), el del Madrid, el del Atlético y el del Barça roza el cielo. Los tres han ganado y, a diez jornadas del final, no aflojan. Mantienen la cabeza (de la Liga) incandescente con desiguales actuaciones porque no todos los rivales son iguales. Al Atlético le costó horrores doblegar al Espanyol; Diego López ni encajó goles ni el Málaga le obligó a lucirse –ni una parada en su haber–, y Osasuna (7-0) no opuso resistencia en el Camp Nou y, cual cordero, se ofreció manso al vapuleo. El domingo próximo la película será otra. Cholo Simeone se enfrenta crecido al drama del Betis más angustiado y Carlo Ancelotti y Tata Martino dirimen una batalla que podría ser decisiva para ellos en el desenlace final del campeonato.
Si el fútbol es algo más importante que una cuestión de vida o muerte, el clásico que se avecina recupera el rango de partido del siglo y sirve de exagerado paradigma, como la frase de Shankly. Si hay que guiarse por las emociones que desprendieron ambos candidatos en sus respectivos duelos con el Málaga y Osasuna, ni la goleada azulgrana arrebata, a pesar del registro histórico de Messi (371 goles en el Barça), ni el ajustado triunfo madridista palidece algo que pudo ser y no fue. Desde que ha encontrado el equilibrio y ha culminado en el liderato, el Madrid parece que juega con el freno de mano echado y que es capaz de infligir a sus víctimas mucho más daño del que hace.
Y el Barcelona da facilidades en defensa. Es un hecho. Si el conducto para emitir un veredicto apriorístico sobre el clásico son las sensaciones, el empate cobra vida, de ahí que el Atlético, cada partido más incómodo en la Liga, se permita seguir soñando.
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