Jesús Fonseca
Un señor alegre, muy elegre
La buena gente es siempre alegre, muy alegre y muy humilde. Algo que se cumple, a carta cabal, en este barón pepero que apuesta por el centro político y huye de los extremos, pero de unos y de otros. Que gusta paladear y compartir cada instante de la vida. A Juan Vicente Herrera se le estima como lo que es: un político ejemplar. Un hombre de la tierra adentro, inteligente y avispado, que no se anda con leches: él sirve y es útil. Eficaz, con don de gentes y rica labia. Obsesionado con la redistribución de la riqueza. Que se conduce por la vida como Dios manda. Como le enseñaron en su casa burguelesa. Posiblemente el dirigente del PP que menos rechazos despierta y más respeto infunde de toda España. Bien armado de convicciones y hombre de fe. Pero, sobre todo, un señor alegre, muy alegre, a expensas de una fina ironía y buen humor. La gente le quiere. Las personas son lo primero para Juan Vicente Herrera. Y lo cumple. Algunos, en su partido, lo tachan de socialdemócrata, algo que a él le deja indiferente. Herrera cree en la iniciativa individual, familiar y social. En el emprendedor; en el papel del empresario, en la libre empresa y la economía de mercado. Esto es lo que medula su discurso y su acción política. A la sociedad, suele decir, no hay que dirigirla, no hay que enseñarla. Es ella la que te enseña: «cuando lo público no había llegado todavía, ahí estaba la sociedad, ahí estaba la familia. Y cuando lo público lo hace mal, siguen estando familia y sociedad». Hay dos verbos que le gustan especialmente: simplificar y agilizar. No todos los miembros de su gobierno gustan declinarlos. Pero los que no lo hacen, acaban cayendo más tarde o más pronto. «Estamos aquí para entorpecer lo menos posible», recuerda a su gente constantemente. Los paisanos le quieren por su frescura y bonhomía. A Herrera le soplan vientos de bonanza. Pero él sigue fiel al mismo santo y seña de siempre: humildad, humildad, humildad, digan lo que digan.
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