Iñaki Zaragüeta

Una ley necesaria

Algo hay que hacer porque la cosa va a más. Y a más iría si quienes tienen la responsabilidad de gobernar permanecieran con los brazos cruzados. La libertad de expresión no puede amparar la exaltación del terrorismo o de cualquier totalitarismo, los escraches, la algarada incontrolada o la posibilidad de impedir la celebración de actos a voluntad. No tienen cabida en una democracia desarrollada. La amenaza al político o el simple hecho de que se sienta amenazado, menos aún si la sensación se extiende a las familias, no puede utilizarse como instrumento de oposición en un Estado de Derecho. Para eso están las urnas. Si se echa la vista hacia otro lado, la cosa irá a más. Incluso Rubalcaba ha sentido en sus carnes la intolerancia, aunque en su comparecencia de Granada el altercado no pasara a mayores.

Existen razones suficientes como para elaborar una ley que cubra los vacíos existentes. El Gobierno ha presentado su proyecto, un proyecto que a primera vista puede asustar y, por ello, requiere pulirlo. Dicho esto, conviene que nuestros prohombres y promujeres de la patria no se imbuyan del ánimo represor hasta rayar con la censura o el totalitarismo. Una ley de este calibre debe estar homologada a las de los países desarrollados y contar con un mínimo consenso, cuanto más amplio mejor. Es imprescindible recordar que el legislador debe ser el eco de la razón y por ella ha de regirse. Tal como aparece el escenario nacional, existe la necesidad de una reglamentación y ésta ha de ser útil. De lo contrario, nos encontraremos en una situación anómala. Utilidad y necesidad. Si no, como mantenía Montesquieu, las leyes inútiles debilitan las necesarias. Así es la vida.