José Antonio Álvarez Gundín
Una momia en chándal
A Hugo Chávez lo van a momificar como a los faraones y será expuesto en un hangar de mármoles travertinos para que los escolares venezolanos acudan en peregrinación a ofrendarle su tierna juventud. Nicolás Maduro lo quisiera escoltando a Bolívar en un panteón de reyes, pero sin pudridero, de modo que el faro de la revolución ilumine desde Caracas a todo el continente irredento. Si Europa aún exhibe la momia rozagante de Lenin y China conserva la de Mao tan pulida como un pato laqueado, ¿por qué Latinoamérica no va a tener la suya propia a la que venerar devotamente desde Tierra de Fuego hasta Río Bravo? A Evita Perón también la embalsamaron para que viviera mil años entre los descamisados, pero la momia les salió retozona y acabó sus días en un chalé de Puerta de Hierro bailando el tango con las polillas. Como libertadora fue un fracaso y su carisma se ha extinguido con discípulas más interesadas en el botox que en los votos.
Pero con Chávez será distinto. Tiene madera de posteridad, con una poderosa encarnadura que, como el ron, va ganando vida a medida que envejece en total reposo. Y tiene, sobre todo, el uniforme idóneo para revestirse de eternidad: el chándal. La gran aportación de Hugo Chávez al socialismo del siglo XXI no es el chavismo, sino el «chandalismo», la viril introducción de la prenda deportiva en el ropero de la revolución. Hasta Fidel Castro, que vistió a varias generaciones de revolucionarios con el uniforme verde oliva y las botas de campaña, ha sucumbido al encanto estético e ideológico del chándal con los colores nacionales. Ni la boina del Ché ni el pañuelo palestino: el chándal es a partir de ahora la túnica inconsútil del buen «progre», la nueva seña de identidad de la izquierda con la que tomar las calles a la orden bolivariana de «¡exprópiese!» Además, se podrá elegir entre el modelo Chávez, ampuloso, satinado y de intenso colorido tropical, y el de Castro, de azules más sosegados y con cierta severidad en el corte. Aquí en España, Cayo Lara debería adoptarlo como uniforme oficial de Izquierda Unida y de uso obligatorio en los actos oficiales de la Junta de Andalucía. En el caso de Arnaldo Otegi y de las estilizadas nekanes de Bildu, podría admitirse alguna variación con capucha, en deferencia a las conmovedoras lágrimas de pesar que han derramado estos días por la muerte de su protector y financiador, el espadón venezolano. Por lo demás, no es aventurado afirmar que si Rubalcaba y Elena Valenciano salieran a la calle vestidos de esa guisa (¡qué imagen más potente!), Rajoy tendría los días contados en La Moncloa.
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