Ramón Tamames

¿Una utopía planetaria?

La Razón
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Muchas veces en esta sección de Planeta Tierra nos hemos referido a posibles escenarios futuros en lo que será la evolución del mundo en que vivimos: el globo terráqueo que flota en un espacio arrabalero de la Vía Láctea y que depende para todo del Sol en cuanto a inputs energéticos; y de la fuerza de la gravedad para su viaje a través del universo.

De esos posibles futuros, el más brillante sería alcanzar a tiempo un auténtico «gobierno de la biosfera». Planteamiento frente al cual, casi siempre se esgrime por los escépticos, la idea no es otra cosa que pura utopía. Lo que en nuestra lengua, la Real Academia Española viene a equiparar con «lo imposible». Cosa que no sucede en lengua inglesa, donde el Diccionario de Oxford viene a decir que la utopía es algo indudablemente difícil; pero realizable con gran esfuerzo, en contra de lo que sucede con la quimera que no tiene ninguna base racional.

En torno a ese concepto de futurible realizable, Víctor Hugo dijo en cierta ocasión: «La utopía es la verdad de mañana». Y Alphonse de Lamartine manifestó que «las utopías no son sino las verdades prematuras». Por lo demás, lo utópico es algo siempre estimulante, como manifestó Sigmund Freud en su libro «El futuro de una ilusión». En el que subrayó que «todos los terrores, sufrimientos y crueldades de la vida se alejan cuando se percibe la visión de la ciudad radiante, de lo utópico; junto a las promesas de la ciencia».

Con esas consideraciones de Freud, es fácil apreciar la utopía como la visión de un mundo a regenerar por la ciencia. Que en cierto modo viene a hacer realidad la idea de la tierra prometida, con soluciones verosímiles y aceptables por todos. Y recordando a Josef Schumpeter, para terminar, diría que a ese respecto el papel del economista consiste en «revelar a la humanidad el sentido oculto de sus luchas».