Cristina López Schlichting
Verano sangriento
A prepararse este verano. Europa se llevará parte del turismo que perderá Túnez, pero también su cuota de atentados terroristas. Siempre han sido así, los islamistas. Saben donde golpear para ganar publicidad y desestabilizar la economía de los Gobiernos. Los españoles, tradicionales visitantes de Egipto, recuerdan bien los largos años en que resultaba imposible hacer el crucero entre Abu Simbel y El Cairo, porque los asesinos infestaban el interior del país. Parece mentira que un país que sufrió tanto, eligiese después en las urnas a los Hermanos Musulmanes, tras la Primavera Árabe. Pero es que los islamistas llevaban penetrando el tejido social egipcio desde 1928, año de su fundación contra el colonialismo británico. En los años 80 en particular, desarrollaron una tupida red de auxilio asistencial que les fue garantizando popularidad entre los más pobres, de la misma manera que su filial Hamas hizo en los territorios palestinos. Daban escuela, apoyo a huérfanos y viudas, pagaban estudios. De ese «trabajo» nacieron la hidra de Al Qaeda y sus ramificaciones en el cuerno de África, hasta florecer, finalmente, en el actual Estado Islámico. En los pueblecitos del curso del Nilo –caseríos de barro con pastores de ovejas velludas y lavanderas de Belén en las orillas del río– los muchachos que huían con los Hermanos, que los armaban y entrenaban, eran vistos como héroes. Paradójicamente, las dos guerras de Irak y las Primaveras Árabes han sido magníficas lanzaderas para el integrismo, como ya advirtió en su día la diplomacia vaticana. La desestabilización de la zona derribó las tradicionales dictaduras militares –Mubarak, Gadafi, Asad, Sadam Husein– que, pese a su enorme corrupción, permitían la convivencia en unas sociedades sin clase media, donde construir democracias es un sueño lejano. El terrorismo no es nuevo. Golpeó los autobuses de turistas de El Cairo, arrasó Argelia con el FIS, mató peregrinos en Tierra Santa y finalmente estalló en Estados Unidos y Europa. Lo que ahora vivimos es la eclosión final: verdaderos ejércitos conquistando ciudades en Irak y Siria y penetrando con sus células todos los países de la zona. Es la guerra. El turismo será objetivo preferencial, especialmente en los países que de él dependan crucialmente, como España. El arzobispo de Mosul, que ha tenido que abandonar la ciudad el pasado verano, junto con un cuarto de millón de fieles, que ahora se hacinan en campos de refugiados en Kurdistán, visitó nuestro país recientemente y fue muy claro en Cope: «Si no les hacen frente, pronto los tendrán aquí». Bueno, unos están en puertas y, otros, agazapados en nuestras ciudades, dispuestos a ejecutar órdenes.
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