Ramón Tamames
Viajar para vivir
Viajar es una de las actividades más excitantes de la vida, siendo mucha la gente que valora a los demás, no sólo por lo que han leído y han escrito —«es persona muy leída y escribida», se dice—, sino también por lo que han visto de mundo, cuando admirativamente se comenta: «Realmente, es hombre muy viajado».
En esa dirección, creo que puedo considerarme entre los más afortunados, pues he podido visitar la mayor parte del planeta, si bien mis comienzos fueron tardíos. Debido a la situación económica y social de España en mis años de infancia y mocedad, por el «cerco internacional contra el baluarte anticomunista de Franco», quien en el culto a su personalidad ejercía nada menos que de «Centinela de Occidente...».
Por esa penuria viajera juvenil, y a diferencia de la mayoría de la gente en la actualidad, yo sí que puedo contestar a preguntas como «¿cuándo descubrió Vd. la montaña? o la referente a la primera ocasión en que tomé un tren (1940), o a la edad en que avisté el mar (a los 16 años), o el momento en que hice mi primer vuelo en avión (a los 22)».
Mi recorrido iniciático por la montaña tuvo por escenario la Sierra de Guadarrama, a sólo 50 kilómetros de Madrid en su parte central, y lo hice dentro de la excursión organizada en 1949, durante el último curso del bachillerato, por un profesor del Liceo francés de Madrid, de apellido Moratín, quien sin grandes preorganizaciones nos llevó de excursión a la Sierra, donde descubrimos el Baño de Hipócrates, una gran charca que a finales de la primavera alimentaba una cascada no muy alta pero sí caudalosa; con un efecto visual extraordinario. Un recuerdo ecológico de los muchos que incluyo en mi reciente libro «Más que unas Memorias», que acaba de publicar RBA, y que espero puedan leer mis amigos de «Planeta Tierra».
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