Alfonso Ussía

«Vichisuás»

La Razón
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El ya dormido y estupendo poeta gaditano Fernando Quiñones me hablaba de un amigo del barrio de la Viña que vivía atormentado por sus obsesiones sexuales. No pensaba en otra cosa. «Me van a matar mis afanes “sesuás”». En Cádiz nacen todos los días voces nuevas. De Cádiz viene la palabra «cursi», que hemos exportado a todos los idiomas del mundo. Las hijas del modista Sicur, que se emperifollaban –sí, como suena–, con exageración para agitar los deseos de los marineros de La Carraca. «Ahí van las niñas de Sicur, Sicur, Sicur». La apertura del respeto conceptual a las inclinaciones antaño ocultas y calladas ha alcanzado tanto prestigio que la heterosexualidad se confunde en la actualidad con el vetusto conservadurismo. Hoy, la buena reputación está en la bisexualidad. A los bisexuales en Cádiz les dicen «vichisuás», que se oye más cariñoso y gastronómico. En las contiendas electorales de los cercanos ayeres, los candidatos guardaban con discreción todo lo que tuviera que ver con su intimidad. Pero ha cambiado la costumbre. Ahora se sale y se entra en los armarios con una agilidad y ligereza asombrosas. Ese trajín del armario va y el armario viene parece ser un recolector de votos. La alcaldesa de Barcelona, doña Inmaculada Colau, reconoció días atrás que es, o ha sido, «vichisuás». Que tuvo una relación muy importante con una italiana de veintiún años. Creo que se ha comportado con precipitada sinceridad. El amor con una italiana, por pocos años que tenga, no procura los mismos votos que el amor con una joven de Lérida. De haber manifestado que acudía con ella a disfrutar de las obras de arte de Sijena todos los fines de semana, y que con posterioridad a la contemplación sus corazones y deseos latían al unísono y culminaban el amor, le lloverían los votos más sentimentales del independentismo. Más aún, si hubiera dejado aflorar una lágrima a punto de cauce para rematar la faena: «Hoy sería imposible, porque nos han expoliado las obras de arte y se las han llevado a Sijena humillando a Cataluña». Los museos y el amor se coordinan perfectamente. Un conocido «vichisuás» residente en Madrid, culto y cursilón, invita a su objetivo amoroso al Museo del Prado. Si es mujer se explaya ante la Maja Desnuda de Goya. «Advierte la pasión escondida que brota de su cuerpo. Carne de nácar, como la tuya», y claro, ella sucumbe a la figuración de las pasiones. Si invita a un hombre se detiene ante El Coloso de Rodas, y hace hincapié en su pecho fornido y poderoso. Y él se derrite con la pormenorizada explicación del poder físico del gran macho. El amor de museo siempre es reincidente si ha resultado placentero. Nada que ver con el amor de verano, superficial y efímero.

La señora alcaldesa de Barcelona ha perdido la oportunidad de arrasar en las urnas. «Viví una importante relación con una joven de Lérida, que hoy se sentirá humillada por el expolio fascista en nuestro amado museo». Ya de reconocer la bisexualidad, hay que aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid. Lo de la italiana nada aporta. Hay que ponerse en Lérida, como los manifestantes que intentaron impedir la acción de la Justicia. Ahí estaba, entre otros, Tardá, que no ha entrado en un museo en su vida, y se le nota.

No hay valentía en el reconocimiento «vichisuás» de la alcaldesa. Hoy por hoy, carece de importancia. Valiente fue Nathalie Clifford Barney, autoproclamada lesbiana a principios del siglo XX. «Doy gracias a Dios por haber nacido mujer, porque de haber nacido hombre, para disimular mi secreto, tendría que haberme casado con una mujer, y eso sí que no». «¡Cómo me gustan las mujeres!», exclamó un Domecq en plena Feria jerezana. Esa exclamación jubilosa hoy sólo se admite si la emite otra mujer. Dicho por hombre, es anticuado, machista y vituperable. En la actualidad, valiente es ser mujer amante de hombres y hombre exclusivamente amante de las mujeres. Eso tan antiguo. Lo de ser «vichisuás» a nadie sorprende. Y de serlo, hay que ponerse en Lérida.