Reyes Monforte
Violaciones
En 1992, recién iniciada la guerra de Bosnia, un grupo paramilitar serbio llamado Águilas Blancas institucionalizó en la ciudad de Visegrado rondas de violaciones de mujeres bosnias musulmanas, habilitando hoteles de lujo como el Vilina Vlas como campos de violación. Ocurrió en todo el territorio. Limpieza étnica lo llamaban. La semántica siempre explora terrenos para restar crudeza a la realidad. 24 años después, la ronda de violaciones se repite. Y no en la India o en Nigeria, sino en pleno corazón de Europa, como sucedió en Bosnia cuando optamos por mirar hacia otro lado porque la mirada nos dolía. Durante la pasada Nochevieja, un millar de hombres, muchos de ellos identificados como refugiados provenientes de Siria y Afganistán, «hombres de apariencia árabe y norteafricana», según la Policía, desgañitándose alguno al grito de «soy sirio, tenéis que tratarme bien, la señora Merkel me ha invitado», agredieron y violaron a mujeres en ciudades como Colonia o Hamburgo. Muchos dirán que entonces había una guerra, como si ahora no la hubiera.
Existe un vídeo en el que varios de estos hombres agreden a mujeres que simplemente pasaban por allí. La expresión de sorpresa de las víctimas ante la identidad de sus agresores lo dice todo. La incredulidad como antesala del miedo. El crimen, como la infamia, no tiene nacionalidad ni religión, pero sí una identidad que conviene no ocultar amparándonos en falsos complejos devenidos de lo políticamente correcto. Negarlo es ultrajar nuevamente, no sólo a las víctimas de la pasada Nochevieja, sino al resto de refugiados, especialmente a las refugiadas que venían denunciando las mismas agresiones por parte de sus compatriotas durante el trayecto a Europa y una vez en los centros de acogida. Que algunas voces insistan en no demonizar a los refugiados resulta tan gratuito como la insistencia demagoga de algunos en recordar tras un ataque yihadista que no todos los musulmanes son terroristas, arriesgándose a que alguien les responda que, sin embargo, todos los yihadistas son musulmanes. Dos grandes verdades pero innecesarias cuando el protagonismo recae en las víctimas. No contemplemos a las víctimas con objetividad y a los agresores con subjetividad. Sería un gran error, injusto y contraproducente.
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