Restringido

Vivir de acuerdo a tus principios

La Razón
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Los economistas saben que el tipo de interés es el precio del dinero y viene determinado, entre otros factores, por el riesgo que corre el que presta dinero cuando lo hace. En política, la confianza, el crédito que dan los ciudadanos, también tiene un precio: la coherencia.

El precio de la confianza será bajo si una organización es previsible y coherente. Sin embargo, subirá exponencialmente cuando un partido dé muestras ostensibles de pérdida de coherencia. Ésta puede ponerse de manifiesto en sus declaraciones, en sus hechos, mostrando ambigüedades en sus convicciones o en la manera de resolver conflictos, pero el resultado es siempre el mismo: el precio de recuperar la confianza sube desmesuradamente hasta convertirse en algo inalcanzable.

Las causas pueden ser diversas, la presión que producen líderes de opinión para tomar una decisión, la necesidad de justificar determinadas acciones que responden a intereses de poder y no al interés general y, en la mayoría de los casos, el oportunismo.

El oportunismo es un virus que se ha inoculado en la política española y que tiene un cuadro clínico que incluye numerosos síntomas. Quien lo practica parte de la convicción de que los errores y los males son dominio exclusivo de los adversarios y abrazan posiciones maximalistas amparándose en la falta de biografía propia y, por tanto, en la imposibilidad de haber cometido los mismos errores. Ejemplos de ello son la exigencia de eliminación de los cargos de confianza para luego designar a familiares, como en el Ayuntamiento de Madrid, o ignorar que un alcalde perteneciente a un partido emergente forma parte de la trama de corrupción «Púnica».

Oportunismo es también atacar al adversario siempre que se perciba el mínimo hueco y justificar decisiones medidas con otro rasero cuando conviene porque le afectan a uno.

El Sr. Hernando, portavoz del PP, acudió a los medios de comunicación el 2 de junio para comunicar la decisión de mantener al frente de sus responsabilidades al Sr. Victoria y la Sra. Figar desvinculando su imputación por corrupción, para días después gestionar la dimisión de ambos por las exigencias de limpieza institucional de Ciudadanos. Se produce una incoherencia que generará desconfianza cuando el PP vuelva a defender a alguno de sus miembros, con razón o sin ella, porque todos estarán convencidos de que es sólo un intento de no materializar la salida de uno de sus miembros.

De la misma manera, cuando se produce la imputación de la Sra. Gallizo, mano derecha del Sr. Gabilondo, y la decisión del PSOE es revocar la decisión de designarla como senadora por Madrid, se produce otra incoherencia. Si la convicción de la dirección es que no hay razones para la imputación y la posición es de defensa política y pública de la diputada, no hay razón alguna para obstaculizar su acceso al escaño del Senado. Si por el contrario, se adopta la decisión de considerar inaceptable su nombramiento dada la imputación, alguien debería explicar por qué la misma persona sí es apta para ocupar un escaño en la Asamblea de Madrid, partiendo de la premisa obvia de que ambas instituciones son igualmente dignas, como es evidente.

Caso de libro es también la circunstancia que concurre en el concejal del Ayuntamiento de la capital, el Sr. Zapata. Su partido y la alcaldesa han decidido que no es idóneo para ser edil con delegación, pero sí para ser concejal a secas. Una decisión muy difícil de entender. El problema es que era impensable que sin tener ninguna hemeroteca como gobierno ya salpicase un escándalo. Pero cuando se establece un rasero, debe ser igual para todo el mundo. Precisamente, el problema se hace aún mayor cuando se abordan de manera muy diferente las situaciones que se generan en función de a quién concierne el conflicto, olvidando en ocasiones la receta de los códigos y normas internas que tienen los partidos.

Un objetivo periodístico prioritario es destapar escándalos, y eso es saludable en democracia. El problema es la carrera desenfrenada que se ha generado identificando el mejor periodismo de «investigación» como el que saca a flote más casos ocultos. Es lógico que todo medio y profesional que se precie necesite producir una cuota (creciente) de afloramiento de secretos inconfesables. Pero esa «necesidad» periodística no está exenta de controversias. Hay un libro muy recomendable de Félix Ortega, «La política mediatizada», o en su defecto un artículo científico más breve del mismo autor, «Una simbiosis compleja. Políticos y periodistas», en el que describe prácticas de algunos profesionales bajo el epígrafe «secretos construidos». Su título es bastante descriptivo como para requerir más explicaciones.

Los partidos políticos deben tener criterios lógicos, solventes, alejados del oportunismo, de sus intereses de poder y de la presión de la dirección empresarial de algunos grupos de comunicación que se encuentran, por cierto, a demasiados kilómetros de España como para que les mueva algo más que no sean sus propios intereses.

Me viene a la cabeza la frase de Alfred Adler, psicólogo austriaco, cuando dijo: «Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos».