Alfonso Ussía

Voces pervertidas

Está perfectamente estudiado. Y aprobado. No falla. La palabra perversamente utilizada, la voz manipulada, termina por establecerse en la normalidad del lenguaje. Muchos periodistas y comentaristas en las décadas de los setenta a los noventa del pasado siglo, se referían impúdicamente a la «lucha armada» para evitar la voz de terrorismo. «Siete niños han fallecido en una operación de lucha armada de la ETA». Y se quedaban tan tranquilos y daban paso a la información de los deportes y el tiempo. También los políticos, o mejor escrito, fundamentalmente los políticos. «Estamos en contra de la violencia», proclamaba un prócer del nacionalismo en la tribuna del Congreso de los Diputados. La «violencia» terminaba de asesinar a veinte guardias civiles. El uso reiterado de la perversión lingüística consigue metas demoledoras.

El Presidente del Gobierno ha caído en la trampa del «diálogo». El Presidente de la Generalidad de Cataluña le exige «diálogo». Mientras se mantiene y persevera en la extraña exigencia, el Presidente de la Generalidad se cisca en la Constitución y en la Justicia, y en España. Pero demanda «diálogo». El Presidente del Gobierno, que es un hombre muy bien educado, ha aceptado el diálogo. ¿Para qué? «Diálogo» para Mas significa que el Gobierno de España se coloque en cuclillas y acepte todas las demandas del nacionalismo separatista. Rajoy, tan medido en muchas de sus decisiones, tan estremecedoramente «arriolado» en sus respuestas, no ha tardado en aceptar la invitación de Mas. Ha sido contundente. «Digo sí a dialogar pero no a dividir España». ¿Qué majadería es esa? El único diálogo que Mas solicita es el que puede llevar a la división de España. ¿Quién le ha recomendado a Rajoy que acepte dialogar?

Pero Rajoy vuelve a caer en el contagio del lenguaje pervertido cuando afirma –con mucha firmeza, eso sí–, que dedicará todos sus esfuerzos «a evitar que los catalanes y los españoles salgan perjudicados». En principio, ya han sido perjudicados por las palabras textuales de Rajoy. Un Presidente del Gobierno, aunque tenga a Arriola soplándole la oreja, no puede decir tan humillada sandez. Otra cosa sería si hubiera dicho que dedicará todos sus esfuerzos a evitar que los catalanes y el resto de los españoles salgan perjudicados. Porque los catalanes, empezando por Mas, siguiendo por Junqueras, y terminando en Guardiola, son tan españoles como el resto de los ciudadanos de España, y si el Presidente del Gobierno de España cae en la trampa del lenguaje y se refiere a «españoles y catalanes» por separado, el separatismo se ha apuntado ya su primer punto.

Escribí días atrás que soy muy cambiante y bastante veleta con el problema del nordeste de España y las respuestas de Rajoy. Temo que me he equivocado. Después de las palabras del Presidente del Gobierno de España, intuyo que ya ha sido envenenado, y que considera que «los catalanes» no son iguales al resto de los españoles. Para los separatistas catalanes, España es un Estado opresor y no una Patria. Vuelvo a lo de siempre, a la confusión. Patria y Estado no significan lo mismo. Mi Patria es España, y mi Estado es Montoro. Por España todo, por Montoro nada. El día que Rajoy se refiera al Rey como el «Jefe del Estado» –que lo es también–, como hacen los separatistas y los comunistas, la victoria del lenguaje pervertido se habrá consumado.

Es un gallego culto el Presidente del Gobierno. Y una persona extremadamente bien educada y correcta. Resulta plausible que acentúe su prudencia en determinados momentos, declaraciones y discursos. Pero está en la obligación de saber que los españoles no somos lelos. Que la gran mayoría no acepta que se ponga a «dialogar» con Mas en lo que no es negociable ni dialogable. Si después de las constantes muestras de desprecio y antipatía que el resto de los españoles hemos soportado de Mas y del separatismo catalán, se insiste en el diálogo y el diálogo se consuma, es muy probable que Rajoy supere en las próximas elecciones generales el resultado de la UCD de Calvo Sotelo. Pero no por mucha diferencia. Y si Rajoy, Presidente de todos los españoles, insiste en distinguir a éstos de los catalanes, como si ya formaran parte de otra comunidad política y social, no es desaconsejable advertirle que está cometiendo un error en su mensaje, tan frívolo como perturbador.

La macroeconomía no lo es todo. España y su unidad sobrevuelan los trucos del lenguaje y las auroras boreales políticas. O hay que echar a Arriola, o hay que exigir elecciones para echar a este Partido Popular del Gobierno. España no se negocia.