Vueling
Volare
Escribió Simone de Beauvoir que el cielo es de quien sabe volar. Juzguen ustedes el nivel de sabiduría de determinados «voladores» que se han debido de quedar con la segunda parte de la frase de la escritora francesa, «y el mar de quien sabe nadar», y pretenden que alcancemos nuestro destino nadando. En los últimos cuatro días, Vueling, esta compañía aérea famosa por hacer del desprecio a sus pasajeros un arte, ha dejado tiradas a más de 8.000 personas con sus correspondientes derechos, sueños y planes. Total, ya les habían cobrado, a quién le importa.
Jugar con el tiempo, la vida, la imagen o el honor de las personas suele salir gratis. Y la gratuidad no suele traer nada bueno, ni respeto ni consideración.
Los chistes sobre Vueling vuelan más y con mayor alcance que sus propios aviones, lo cual tampoco es decir mucho. El desprecio absoluto por el tiempo, el trabajo, la paciencia, el dinero, los derechos o las vacaciones de las personas es su marchamo. Hace tiempo que no entiendo cómo el personal sigue animándose, o más bien arriesgándose, a viajar con una compañía que no sólo falla más que una escopeta de feria, sino que desprecia y se ríe en la cara de sus viajeros. El fantasma de un precio más económico no puede ser, porque, cuando esto ocurre por algún milagro del cielo, a la larga sale más caro, como estamos viendo estos días. El desprecio no sólo lo muestran cuando pisotean los derechos de los consumidores, sino cuando supuestamente piden disculpas y explican que todo ha sido por «problemas de operativa», que es como cuando te dicen aquello de «se ha caído el sistema» para justificar un error inexcusable. La supuesta operativa y el susodicho sistema son dos fantasmadas amparadas en una semántica absurda.
Los sufridos consumidores deberíamos dejar claro que sin nosotros el quiosco se hunde, y las instituciones deberían auspiciar esa claridad con medidas expeditivas y drásticas que no se pierdan en agujeros y lagunas legales.
Se preguntaba la autora Helen Keller por qué contentarnos con vivir a rastras cuando sentimos el anhelo de volar. Tenemos la pregunta. La respuesta es cosa nuestra.
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