Cristina López Schlichting

Yakub

La Razón
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Tiene unos ojos negros, grandes como lagos, y mira con cariño e ilusión, pero una oleada de tristeza te golpea suavemente desde su orilla. Y después comprendes, cuando abre la boca y sonríe desde una cueva vacía, limpia de dientes. Los de Al Qaeda se los sacaron a lo vivo. Yakub es un argelino de 35 años que me ha robado el corazón. Tenía ocho cuando fue abandonado por sus padres en las calles de Constantina. 11 cuando, siendo niño mendigo, fue recogido por un francés que considera su padre verdadero. De aquella ternura gratuita nació la conversión de Yakub al cristianismo. En el año 2012, saliendo de su parroquia, los mujaidines lo capturaron y encerraron en un zulo. Durante cinco días intentaron en vano que volviese al Islam. Desnudo como estaba, lo golpearon y vejaron. Le arrancaron las uñas de las manos y, finalmente, con impertérrita crueldad, le fueron sacando cada muela y cada diente, al grito de Alá Akbar, Alá es grande. No ceso de imaginarme el dolor, sin anestesia alguna; la inflamación; las infecciones. El rostro de Yakub, aparentemente normal, revela un vía crucis de muchas estaciones. Varios tics, dolores de trigémino, cefaleas, vista borrosa. Sin contar las depresiones, los llantos nocturnos, la incontinencia. Si lo logra, este muchacho tardará muchos años en sanar. Los dientes se ponen rápido, las piezas del alma no. Huyó a Túnez y ha entrado en Grecia desde Turquía, por la isla de Lesbos. Perdió un amigo en el mar, ahogado en la travesía por el estrecho. He vuelto de esa isla, donde lo encontré en el campo de refugiados de Pikpa, con motivo del viaje de Francisco, conmovida y agradecida. Porque Yakub me ha demostrado que hay muchos, muchos casos de lesa humanidad entre los refugiados. Nos enfrentamos a un desafío sin precedentes. En el campo de Moria hay 5000 personas; en Kara Tepe, 3000; miles en otros campos por toda Grecia; cientos de miles por Europa; un millón largo en Alemania; millones en Turquía. Es un problema complejo, mezclado con los temores al extremismo islámico, pero ni por un instante me creo que Europa sea incapaz de lidiar con ello. El continente que ha superado dos guerras monstruosas en el siglo pasado, que ha reconstruido un mundo derruido por las bombas, es inteligente y poderoso. El que definió el concepto de persona –Grecia–, la ley justa –Roma–, el amor universal –el cristianismo– y la democracia –la Ilustración– no puede desviar la mirada de Yakub. Si la guerra termina, habrá que incentivar el regreso de los refugiados a su país. Pero, entretanto, la gente no puede estar en campos. Habrá que favorecer otro tipo de asentamientos, la acogida y, sobre todo, discriminar que un chico mutilado y desesperado no puede estar en el polvo de la frontera. ¿Qué otro sentido tiene Europa que esta gran batalla de humanidad?