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Yoko Ono

La Razón
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El manifiesto a favor del referéndum independentista. Seamos piadosos. Obviemos el súbito interés que Silvio Rodríguez exhibe por «las herramientas de la democracia». No se trata tanto de que en Cuba el kilómetro sentimental opere de forma inversa al resto del orbe como de que, desacostumbrado a los arcanos democráticos, el cantautor desconoce sus normas más elementales. Normal que confunda las sutilezas de la democracia representativa con el atronador espectáculo de los siempre vistosos referéndums. Me interesa más Yoko Ono. La Viuda. Modelo inalcanzable de esas otras que en España gimotean cuando a la muerte del glorioso comprueban que disminuye el flujo de tarjetones. ¿Pero cómo, acaso me invitaban por mi marido, por sus libros, su indudable carisma, su prestigio? Pues claro, guapa: seguían tu ejemplo. En fin, culpar a Ono de la quiebra de los Beatles resulta chabacano, aunque ciertamente jugó un papel no desdeñable en el choque de egos entre Lennon y McCartney. Sí parece indudable que contribuyó sobremanera a la metamorfosis de John en los setenta. Cuando el rockero cáustico muta en improbable eremita y amigo de causas perdidas. Tampoco puede discutirse que maneja su legado con puño de hierro. En el proceso de canonización a menudo olvidamos que Lennon, un tipo genial, fue también un panoli. Su desconfianza hacia el sistema le llevó a embarrarse con cuestiones, uh, dudosas. Recuerdo ahora mismo a Michael X, dudoso príncipe de la revolución y asesino, que contó con las simpatías del matrimonio. Como escribió en su día Diego A. Manrique, «El santo pacifista también donó dinero al IRA y subvencionó a Michael X (...) El gran cínico se dejaba engañar regularmente por buscavidas y charlatanes». Grandes meteduras de pata que recuerdan a la de Norman Mailer a favor de Jack Abbott, otro killer simpático. De ahí que al rubricar el panfleto Yoko prolongue la entrañable querencia de Lennon por abochornarnos. Verán, resulta comprensible ponerse del lado del sujeto teóricamente débil. No necesitas ser una anciana millonaria con vistas a Central Park. Sucede todos los días en los hospitales. Cuando el médico recién llegado sospecha de los familiares que acuden por enésima vez para atender al viejecito: nuestro galeno otorga más credibilidad a las quejas del abuelo gagá –nadie me visita, estoy abandonado, me maltratan– que al relato de unos sobrinos o nietos que apenas se ausentaron para acudir a la farmacia. Apuesto a que Yoko no distingue Cataluña del Sáhara. Tampoco me sorprendería que crean hallarse ante la reedición de los movimientos de liberación nacional documentados por Ryszard Kapuscinski en el África colonial. Más aún, dudo que sepa de los requisitos que Naciones Unidas exige para reconocer el derecho de autodeterminación (ausencia de instituciones democráticas, ocupación militar, etc.). Una evidencia: el talento mayúsculo de Lennon y Mailer no les hacía infalibles en otros ámbitos. Descontados los patinazos queda lo sustancial, su arte. En el caso de Yoko Ono cuesta más amarla. No hay canciones ni libros que compensen la altiva ignorancia de la señora que cobrará doble por «inspirar» Imagine.