Julián Cabrera

«ZPedro»

Algunas series de televisión norteamericanas han conseguido plasmar con claridad meridiana el protagonismo de los asesores de imagen en la política. Clásicos como «El ala oeste de la Casa Blanca», «House of Cards» o la monumental «The Wire» nos han cartografiado con especial precisión los sinuosos caminos que transcurren entre comunicación y política en el tránsito hacia la consecución o el mantenimiento del poder.

En España ha habido y sigue habiendo excelentes asesores de imagen política, otra cosa es que el patrón anglosajón, como en otros terrenos, aquí suele acabar distorsionando. Una cosa es el aliento del asesor de comunicación sobre la nuca del líder y otra muy distinta el del consejero político.

A Pedro Sánchez, atenazado por las urgencias de obligada renovación a la par que alternativa de gobierno alejada de la casta, le pesa esa disyuntiva. Prodigarse por las televisiones garantiza un subidón, eso sí, bien dosificado y midiendo las ocurrencias, porque de lo contrario, el efecto resultante es simple y llanamente el achicharramiento.

Convendría distinguir entre propuestas polémicas pero susceptibles de ser llevadas a la práctica y brindis al sol en la disputa del espacio a Podemos. Rodríguez Zapatero fue claro exponente de ello. Su retirada de tropas de Irak o ser pionero en el matrimonio homosexual fueron promesas posibles de cumplir su desplante a la bandera norteamericana o su apoyo de primeras al «Estatut» resultaron ser ocurrencias.

Que nadie se engañe, todos engrasan su maquinaria ante el creciente efluvio a elecciones. Sánchez, de tele en tele tirando de registros zapateristas –ningún asesor le recuerda que el socialista Solana fuera el mejor secretario general de la OTAN– y Rajoy, llamando a los suyos a recuperar la presencia tertuliano-mediática. Cuando la necesidad aprieta, ni la carta de ajuste se respeta.