Cuartel emocional
Como una bengala
La mente necesita también percibir algo de belleza externa sin necesidad de ser una máquina de creación de la misma.
No es cierto eso que dicen acerca de que la ciencia ha demostrado que en esos momentos de quietud la actividad del cerebro se apaga bastante. A muchos les ocurre lo contrario: se enciende como una bengala y empiezan a surgir ideas, proyectos, planes brillantes que luego llenan nuestro largo invierno. La conexión de una cabeza –quizá mejor de su contenido más o menos modesto, más o menos brillante-, con los dedos de la mano, ya sea empuñando una pluma, un lápiz o un bolígrafo, o acariciando los botones de una máquina, moderna o antigua, crean una comunicación sublime, igual que la de dos almas que se juntan, hombre-mujer, nieto y abuela, padre-hijo, y todas las combinaciones infinitas que se pueden hacer, porque todo en la vida es magia, aunque solo la perciban los privilegiados que sepan dejarse llevar por ella, que sienten el roce de una lágrima deslizándose por una mejilla, saliendo por la comisura del ojo y disfrutando el sabor de la congoja, aunque ésta sea producida por el dolor, por la soledad: la soledad es el precio de la independencia y solo saben apreciarla mentes libres o con ansias de libertad, y por eso sólo unos pocos la paladean con deleite.
También es mentira la necesidad del silencio, de la ausencia del móvil, del aislamiento. Lo que hace falta es rodearse de lo contrario al feísmo que nos persigue.. La pregunta es si es algo ya irreversible. Si todo se ha convertido en tan feo que no tiene vuelta de hoja. Veo desde el avión con profunda tristeza la España quemada, un paisaje marcado por la devastación y el sufrimiento que despierta en quienes lo padecen. Las llamas, implacables y voraces, han consumido bosques, tierras cultivadas y pueblos enteros, dejando tras de sí un rastro interminable de cenizas. El verde que solía ser refugio de vida y armonía, se convierte en extensiones de tierra estéril y carbonizada, donde el aire huele a humo y desamparo.
El aspecto penoso de estos parajes no solo se manifiesta en la destrucción física, sino también en el impacto emocional que repercute en las gentes afectadas. Los rostros de las personas, marcados por la angustia y la incertidumbre, reflejan el dolor de haber perdido no solo sus hogares, sino también recuerdos imborrables y una parte esencial de su identidad. Ante esta triste realidad, surge la necesidad de reconstrucción. La esperanza de ver renacer la belleza de estas tierras puede parecer lejana, pero la capacidad humana para sanar y regenerar es poderosa. La España quemada nos recuerda la fragilidad de nuestro entorno y la urgencia de cuidar y preservar nuestra tierra, para que las futuras generaciones puedan
disfrutar de paisajes vibrantes en lugar de polvo gris y yermo.
CODA. Si el cerebro necesita un descanso cognitivo es precisamente por esto, por el paisaje negruzco y el feísmo que nos rodea, ese que ha promovido la política actual. La mente necesita también percibir algo de belleza externa sin necesidad de ser una máquina de creación de la misma.