Letras líquidas
Como cada 15 de agosto
La violencia, la segregación, la falta de oportunidades y el olvido estructural por ser mujer no son, por desgracia, males exclusivos de Afganistán
Hay fechas señaladas que le recuerdan a uno lo rápido que pasa el tiempo. Las hay personales, cumpleaños, aniversarios, pérdidas, y las hay, también, colectivas. Días marcados en rojo en la agenda de la historia que son una oportunidad para rememorar, para hacer balance. Mañana es 15 de agosto. Jornada de descanso casi obligado, de fiesta semioficial en media España, en media Europa. Ferragosto. Diversión, ocio, relax. Pero también es, desde hace dos años, el recordatorio de un fracaso colectivo. La constatación de que, a veces, las cosas salen mal. Incluso muy mal. Entonces, el 15 de agosto de 2021, las tropas occidentales abandonaron Afganistán y se consumó la temida llegada de los talibanes al poder. Volveremos estos días a ver las imágenes de aquella salida, más bien estampida. Los intentos desesperados por escapar del lugar que se presagiaba cárcel sin derechos.
La solidaridad internacional, la de los ciudadanos anónimos, no pudo hacer nada. Quedaron reducidas a frágiles (y algo ingenuas) peticiones públicas las consignas y la defensa de algo que pudiera parecerse a un Estado de derecho. Y que, desde luego, pese a las poses prefabricadas de los «señores de la guerra» no iba a instalarse en tierras afganas. Los peores augurios se han ido cumpliendo a lo largo de estos 24 meses. Las libertades y cualquier rastro de occidentalización fueron desapareciendo al ritmo que se imponían las voluntades asfixiantes de los barbudos. En especial, la situación de las mujeres despertaba el temor dentro y fuera de sus fronteras. Conocida es la fijación talibán por el riesgo de todo lo que para ellos conecta con lo femenino: pelo, maquillaje, vestimenta. Los centros de belleza han sido uno de los espacios clausurados por ley en las últimas semanas. La imagen de las afganas se ha difuminado, cuando no borrado, para recluirlas en un mundo paralelo en el que no pueden educarse ni formarse ni trabajar. Casi ni existir. Es cierto que esa exclusión cívica y social no es exclusiva de Afganistán. Otros muchos lugares del mundo practican un «apartheid» sistemático, injusto y arbitrario contra la mitad de la población. De hecho, aunque las últimas décadas han supuesto una mejora de la igualdad de manera inequívoca, los avances no son homogéneos. Un 40 por ciento de niñas y mujeres viven en países en los que la discriminación es alta o muy alta, según los últimos datos del Centro de Desarrollo de la OCDE. África y Asia aparecen como los continentes de mayor marginación. La violencia, la segregación, la falta de oportunidades y el olvido estructural por ser mujer no son, por desgracia, males exclusivos de Afganistán. Pero hoy, como una mínima tradición periodística, sin más objetivo concreto ni esperanza cierta, como cada año cuando se acerca el ecuador de agosto, tenemos la excusa perfecta para dedicar unas líneas a las afganas. Por ellas, que no pueden hacerlo.
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