Con su permiso
Desalmada
Cientos de expertos, empresarios, pensadores y desarrolladores de sistemas tecnológicos han hecho un llamamiento a que se pause el entrenamiento de sistemas de Inteligencia Artificial
Eva contempla horrorizada las imágenes de las llamas que devoran árboles y matas y llegan a las lindes de casas que terminan carbonizadas por el avance del incendio. Más de cien hoy en Asturias, en una jornada en la que el crimen y el viento se alían hasta conformar un frente de destrucción masiva que arrasa con todo y que nada parece parar. Porque es un crimen prender fuego a un bosque matando naturaleza para abrir caminos a quién sabe qué tipo de labores y para qué. Sólo la voluntad humana de destruir es capaz de iniciar intencionadamente un incendio. No hay fin que valga. No hay objetivo que justifique. Lo explican la codicia, la violencia o alguna enfermedad mental.
El hombre, cavila Eva, atesora una capacidad autodestructiva realmente inabarcable. En todos los órdenes de actividad. Hasta la privada, la íntima, la que nos afecta sólo a nosotros y nuestra autoestima, somos capaces de orientarla hacia la destrucción. La ajena y la propia.
La tecnología, que nos abre al mundo y nos permite conocer, tiene sin embargo ese filo de destructor de relaciones y de ideas, que se sustancia en la filosofía de las amistades de botón y los me gusta lo de alguien a quien no conozco y que sigo, sin saber por qué ni para qué. Eva es un poco pesimista en estos asuntos tecnológicos, pero no puede alimentar otra impresión a la vista de lo que observa constantemente alrededor.
Hoy ha leído una información más que inquietante que habla de Inteligencia Artificial, ese ultramundo de fronteras imprecisas pero que parece estar en todas partes. La cosa no va de los juegos más o menos pseudocreativos del llamado ChatGPT y sus inmensas posibilidades de acción y de información. Esto es mucho más serio. Cientos de expertos, empresarios, pensadores y desarrolladores de sistemas tecnológicos han hecho un llamamiento a que se pause
–pausar es la palabra que utilizan– el entrenamiento –también le llama a Eva la atención el término– de sistemas de Inteligencia Artificial al menos durante seis meses y que se abra un periodo de reflexión sobre el camino que hemos tomado con este particular progreso de la ingeniería técnica.
Los firmantes no son unos piernas, constata Eva. Hay gente como Elon Musk, que ha metido mucho dinero en la Inteligencia Artificial y probablemente sepa de qué habla, o el fundador de Apple Steve Wozniak, junto a empresarios del sector tecnológico o un intelectual tan reputado e influyente como el israelí Yual Noha Harari, el autor de Sapiens. En total, son más de 1.100 personalidades las que hacen este llamamiento para que los gobiernos del mundo, y se supone que también las empresas que están en proyectos de desarrollo de Inteligencia Artificial, paren durante un tiempo para repensarse lo que estamos, lo que están haciendo.
La carta abierta plantea cuestiones tan escasamente banales como si debemos permitir que las máquinas inunden nuestros canales de información de falsedades, algo que está pasando ya, se dice Eva. O también si debemos automatizar todos los trabajos, incluidos los que satisfacen a quienes los hacen. Eso está a la vuelta de la esquina. O algo aún más pertinente y al mismo tiempo perturbador: ¿Debemos arriesgarnos a perder el control de nuestra civilización?
Suena exagerado, pero Eva está convencida de que no lo es. El progreso de esa tecnología alumbra ya guerreros feroces, los llamados robot asesinos, que de momento necesitan órdenes humanas, pero probablemente muy pronto puedan ser autónomos.
Dicen los firmantes de esa carta abierta que «Los Sistemas de Inteligencia Artificial potentes solo deben desarrollarse cuando estemos seguros de que sus efectos serán positivos y sus riesgos controlables». Intuye entonces Eva que ahora mismo ese desarrollo se debe estar produciendo sin tener en cuenta variables de futuro tan importantes como esas.
Lo del ChatGpt y sus posibilidades de creación sin alma es una especie de broma blanca comparada con el brumoso panorama que la iniciativa dibuja. Ni siquiera la existencia de una RadioGpt capaz de monitorizar noticias de todo el mundo, resumirlas, organizarlas, sistematizarlas y ponerlas en antena con voces creadas también con Inteligencia Artificial, le parece tan amenazante como lo que dejan caer los expertos. Y eso que ella trabaja en la radio y acaba de descubrir el peso social y el placer del Podcast.
Ese desarrollo de potencia máxima de la Inteligencia Artificial que piden los expertos que se pare debe ser tan peligroso como para comprometer negocios de billones de dólares. Pero es que si la cosa sale mal, perdemos todos. Absolutamente todos.
Los seis meses, especulan los firmantes, servirían para establecer reglas y protocolos de actuación que impidieran que máquinas como las de la Odisea del Espacio de Kubrick o los terminator de Swarzenager, terminaran haciéndose con el poder sobre quienes las han creado.
Saludable iniciativa que ojalá surta efecto.
Se trata de nuestro futuro. Un futuro que, como especie que tiende a la autodestrucción, nos empeñamos en complicarnos cada vez más unos a otros. Pero si nosotros somos capaces de quemar un monte para explotarlo de otra forma, qué no harán máquinas autónomas desprovistas de esa pequeña esperanza de cambio y mejora que se llama sensibilidad, sentimiento, alma.
Todavía puede haber seres, mejor dicho, ingenios, peores que nosotros.
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