El trípode
Desmemoria sanchista
Sánchez se ha ido a Marruecos para cambiar el guión del relato de la actualidad que no pasa precisamente por momentos propicios a sus intereses
Sánchez ha provocado en el mundo de la política una polarización y crispación sin precedentes en España. Basta observar las sesiones de Control parlamentario en el Congreso y el Senado para poderlo acreditar. Hablamos de «provocar» con singular fundamento, porque esa crispación no es casual sino que es fruto de una estrategia elaborada con esa finalidad, basada en construir muros y división entre los españoles. Pieza básica de esa política es, por ejemplo, su infausta memoria legalmente obligatoria y presuntamente «democrática e histórica» para imponer el guerra-civilísmo, y amenazando con el «espantajo» de la «ultraderecha». Así él se mantiene en el poder, apoyado por la «anti España» representada por los Puigdemont, Otegi y compañía.
De momento, esa confrontación es más acusada entre la «clase política» que en la calle, pero la tractorada es una manifestación del descontento de la gente del campo, que puede generalizarse en cualquier momento ante un descontento y crispación social crecientes, con la infamia y falta de respeto a la ciudadanía, de un afán incontenido de poder personal sobre el interés general y el bien común de los españoles. Con la ignominia añadida de pretender obligarles a estar «mandados» por un huido de la Justicia, convirtiendo su exigencia de «amnistía integral y a la carta» en la prioridad absoluta del actual Frankenstein. No tiene nombre esa execrable política, en la que hablar de ETA es hablar del pasado y hablar de Franco resulta ser de palpitante actualidad. Tras la debacle de Galicia y la tragedia de Barbate, Sánchez se ha ido a Marruecos para cambiar el guión del relato de la actualidad que no pasa precisamente por momentos propicios a sus intereses, lo que exige seguir el guión real y no el oficial de Moncloa-Ferraz. La actualidad pasa por la situación del PSOE, partido que se ha convertido en una simple alfombra roja política al servicio personal de Sánchez y en la que «quien se mueve, no sale en la foto». Ya vimos que Sanchezstein dijo en Ferraz ante sus dóciles conmilitones, que la culpa del desastre gallego la tenía la carencia de auténticos líderes territoriales, mientras al único líder territorial superviviente Garcia-Page, le enviaba un recado por medio de su locuaz Montero, para recordarle que «debía fidelidad a los colores de la camiseta de su equipo y que no debía ubicarse en su periferia». Con acierto Page le ha replicado que la camisa de fuerza de Puigdemont no le gusta. Este es el irrespirable clima en seis meses de gobierno. Y Sánchez diciendo «que tiene todo el tiempo por delante». Pero España no lo tiene con él.
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