
El canto del cuco
¿Y después de Francisco, qué?
Lo que es seguro es que el pueblo llano, el pueblo de Dios, acudirá a partir de ahora, agradecido, a Santa María la Mayor a llevar flores a la tumba del papa Francisco
El papa Francisco no dejaba a nadie indiferente; su muerte, tampoco. Para los católicos ultraconservadores era poco menos que un peligro al frente de la Iglesia; para los ateos y agnósticos de izquierdas, casi uno de los suyos. Los primeros agradecen que acabe de una vez su pontificado; los segundos sienten de veras su muerte y convierten a Francisco en un icono laico. Para el común de los católicos ha sido un buen papa, amigo de los pobres y de los marginados, el menos protocolario, el más cercano a la gente, más incluso que Juan XXIII. Entre sus peculiaridades figura ser el primero procedente de fuera de Europa, aunque europeo por origen y formación, y, sobre todo, ser el primer jesuita sentado en la silla de Pedro.
Llegó hace doce años con ánimo reformista. En parte lo ha conseguido. Ha habido una labor de limpieza y de retirada de trastos inútiles y el aire es más respirable dentro, pero no se ha atrevido o no ha podido ir más allá. Las resistencias del poderoso sector conservador han sido fuertes y ha preferido que el velo del templo no se rasgara en dos. Deja pendiente el definitivo papel de la mujer en la Iglesia y el celibato obligatorio del clero, dos asuntos peliagudos. Ha dado un impulso, que podemos considerar democratizador, a la condición sinodal de la Iglesia, con participación desde abajo en las grandes decisiones, un aspecto que no ha tenido la proyección pública que merecía. Hasta donde ha podido, ha renovado la composición de las Conferencias episcopales y, muy a fondo, el colegio cardenalicio, encargado de elegir ahora a su sucesor. Ya se multiplican las cábalas y las presiones sobre el cónclave que viene, justo cuando asistimos, sobre todo en Europa y América, a un cambio radical de ciclo político. ¿Influirá la ola conservadora que viene en el rumbo inmediato de la Iglesia católica? ¿Quién sucederá a Francisco? ¿Habrá una línea de continuidad? ¿Se atreverá la Iglesia a ir aún más lejos? ¿O asistiremos a un repliegue hacia posiciones seguras, un respiro para reponer fuerzas y tomar nuevo impulso? Conviene en este trance tener presente la enérgica declaración de Cristo: «Mi reino no es de este mundo». Eso no lo comprenden del todo ni los laicistas ateos amigos de Francisco ni los católicos ultraconservadores que se alegran hoy de su muerte. Dios dirá. Lo que es seguro es que el pueblo llano, el pueblo de Dios, acudirá a partir de ahora, agradecido, a Santa María la Mayor a llevar flores a la tumba del papa Francisco.
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