Berlín

El cine se merece otros Goya

Lo que menos parece importar en los premios del cine español son los ganadores. Un año tras otro, las cábalas no se centran en las candidaturas, sino en cuál será la polémica que protagonizará la ceremonia. Así se han sucedido la guerra de Irak, el accidente del «Prestige»», la negociación con ETA, la cuestión catalana, los ajustes y, en fin, todo aquello que pudiera ser utilizado como arma arrojadiza contra el PP... Este año, cuando todo el mundo creía que el IVA cultural iba a centrar los discursos, la ausencia del ministro de Educación ha trastocado el guión. El cine español, muy favorecido por la política cultural de los sucesivos Gobiernos, no ha encajado bien que no hubiera representación al más alto nivel del Ejecutivo por primera vez en la historia de estos galardones. Quizá porque, tradicionalmente, el ministro del ramo era el blanco de todos los dardos, siempre y cuando gobernara el PP, naturalmente. Aunque el actual presidente de la Academia, Enrique González Macho, ha tratado de impulsar unos premios al margen de la política, rectificando los tiempos más convulsos de su antecersor, Álex de la Iglesia, no ha tenido el éxito esperado. Ahora, se siente molesto por la ausencia del ministro. Sea como fuere, la gala de ayer fue una constatación más de la incapacidad de parte de la industria del cine para hacer de los Goya lo que deberían ser: una fiesta de todos en la que, además, hay mucho que celebrar. El cine español lleva años demostrando que no tiene nada que envidiar al de cualquier otro país europeo. Premios a cineastas e intérpretes en todas las academias del mundo –incluida la de Hollywood–, y en los festivales de Cannes, Berlín y Venecia así lo atestiguan. Directores españoles demandados por la industria internacional para ponerse al frente de las producciones más ambiciosas. Actores y actrices disputados por los cineastas de toda Europa para que encabecen sus repartos. Son muchas las razones que tiene nuestro cine para levantar orgullosamente la cabeza y aprovechar la plataforma pública que suponen los Goya. No abundan tanto las ocasiones para demostrar el talento como para perderlas en politiquerías. Una actitud que, además, aleja a buena parte de la sociedad de una cinematografía que es de las más divorciadas de su público en Europa. El Gobierno trata de cambiar el modelo de subvenciones, que en muchos casos sólo ha servido para alimentar el clientelismo político y el sectarismo ideológico, bajo cuya sombra se han cobijado los mediocres. Mecanismo perverso que, además, ha hecho mucho daño al desarrollo industrial del cine, lastrado por un conjunto de medianas empresas que apenas tienen actividad cuando no hay rodaje. La nueva estrategia de Cultura pretende alimentar los incentivos para captar más capital y que las películas nazcan con una verdadera ambición comercial. Será la única manera de que el ritmo de rodajes se mantenga.