Oriente Medio
El enemigo común de Rusia y Europa
La brutal explosión en el interior de un vagón del metro de San Petersburgo y la muerte de diez personas y decenas de heridos causados ha vuelto a poner encima de la mesa la amenaza terrorista y su capacidad de destrucción en los más diversos escenarios. Aunque la autoría del ataque todavía no está confirmada, todo apunta, de nuevo, al yihadismo, en las conexiones que actúan en suelo ruso. Sólo siguiendo las huellas del atentado, puede concluirse que lo único cierto es que la voluntad de matar y causar el mayor daño posible es evidente: arrojar en un vagón de metro una mochila cargada de explosivos y metralla a una hora punta es un arma mortífera (se descubrió otra mochila sin explosionar). Existe una evidencia más: la elección de Rusia y de San Petersburgo, su antigua capital imperial, tampoco es casual. Existe una clara intención de golpear a un país sobre el que se articula en estos momentos la paz mundial, pero también la guerra abierta en Oriente Medio. Es, además, una pieza clave en la coalición internacional que ha intervenido militarmente y con toda dureza en Siria, en el llamado califato impuesto por el Estado Islámico. En la lógica de los terroristas, estos hechos bastarían para ser un objetivo prioritario. Rusia, sin embargo, cuenta con un enemigo interior cuyas acciones violentas tienen el sello del terrorismo cuacásico y una obsesión criminal por atentar en el suburbano: los más recientes atentados en el metro de Moscú de 2004 y 2010 así lo demuestra. Más cercano es el ataque del pasado 24 de marzo contra una base militar rusa en la localidad chechena de Naúrskaia, que le costó la vida a seis soldados y fue reivindicado por el EI, en concreto su franquicia chechena Vilaiat Kavkaz. El ataque fue uno de los golpes más duros registrados en los últimos tiempos en Chechenia, donde al igual que en otras repúblicas vecinas de mayoría musulmana actúan grupos guerrilleros islamistas y se han detectado redes de captación y también de combatientes rusos en las filas del EI en Siria. A la complejidad del terrorismo islámico en Rusia hay que añadir las consecuencias derivadas de la decidida intervención de Putin en Siria. El 30 de septiembre de 2015, cuando Rusia atendió la petición de ayuda de su aliado histórico Bachar Al Asad, acosado por el EI, pero también por los rebeldes contra la dinastía del partido Baaz, lanzó un ataque aéreo. Rusia, junto a Estados Unidos, Arabia Saudí y Turquía forma parte de la coalición internacional, pero tiene su propia planteamiento basado en perpetuar a Al Asad, además de mantener su presencia militar en el puerto sirio de Tartus y en la base aérea de Hmeymim. Mientras el Estado Islámico va perdiendo territorio en el califato sirio, ha ido abriendo el frente en Europa, como los servicios de seguridad habían advertido y los atentados de Bruselas, Berlín y Londres han demostrado. El atentado del metro de San Petersburgo coincide con un momento de crisis en las relaciones entre Rusia y EE UU, precisamente con una desconfianza mutua en materia de seguridad, debilidad que el terrorismo siempre aprovecha. Putin dirige su propia guerra en Siria y organiza su propia defensa contra el terrorismo, pero el yihadismo es un enemigo de gran complejidad que deberá atacarse compartiendo información, una estrategia con la que Rusia no está muy conforme. Lo cierto es que los ataques se están sucediendo a un ritmo pausado pero con gran efectividad y señalando al mundo la indefensión de la población. En estos momentos, tanto Rusia –más allá del terrorismo que actúa en el inaccesible territorio caucásico y de Asia Central–, como el que está atacando en las ciudades europeas tienen una conexión clara: el Estado Islámico. Por lo menos, existe un enemigo común.
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