Bruselas

El populismo separatista

La «diplomacia» independentista, con el apoyo institucional de la Generalitat de Cataluña y todas sus terminales, ha creado una de las muchas ficciones en las que se sustenta el proceso separatista: existe el derecho universal a la autodeterminación. España, una democracia parlamentaria, oprime, por lo tanto, al pueblo catalán: ésta es la doctrina que venden en Europa. Es decir, por encima de las instituciones está el pueblo, idea en la qur resuenan viejas banderas. Es un ejemplo de nacionalismo como una de las formas de populismo, lo más pernicioso que le pudiese pasar a Europa en este momento de crisis. Hace unas semanas, Artur Mas publicó un artículo en periódicos de Bulgaria, Croacia, Chipre, Estonia y Malta. Una operación diplomática de pocos vuelos y nulos resultados, porque convencer a los ciudadanos de estos estados (todos de reciente ingreso en la UE y en los que sólo la extrema derecha pide salir) de que España es un «Gobierno hostil» contra los intereses de Cataluña, como literalmente escribió, no sirve de nada provechoso, excepto para mantener el tono alto de la «agitprop» nacionalista. Dentro de esta campaña «diplomática», la Comisión Internacional de Ciudadanos Europeos (ICEC), una de las muchas organizaciones satélites que giran alrededor del separatismo, ha convocado una manifestación en Bruselas para que las «naciones sin Estado» puedan ser oídas. No tendría Europa mayor retroceso que considerar que Escocia, Flandes, el País Vasco, Córcega, Padania, Bretaña y, por supuesto, Cataluña forman cada una por separado una entidad política por encima de los estados constitutivos, precisamente en un momento en el que se busca una mayor unidad frente a ese puzle de «naciones» cuya mayor aspiración es mantener su identidad y diferencia respecto al conjunto. El populismo busca de nuevo echar raíces en Europa en un momento en el que sólo cabe fortalecer la unidad política del continente. Después de dos años de intensa campaña propagandística y de centrar casi exclusivamente su acción de gobierno –en plena crisis económica– en un plan separatista, desde las máximas instancias de la Comisión Europea han dejado muy claro que una Cataluña fuera de España quedaría automáticamente apartada de Europa. La Generalitat busca argumentos jurídicos que rebatan esta doctrina, pero, claro está, no existen: Europa la conforman 28 estados soberanos y si una región se desgaja no hay más horizonte que abandonar la UE. Sin embargo, sigue insistiendo en que la independencia es posible porque es lo que quieren los catalanes, y con eso basta. No decir la verdad es una grave irresponsabilidad que sólo provoca frustración y agranda el error. El populismo nacionalista que quiere exacerbar sus diferencias es ahora mismo un peligro para Europa.