Estados Unidos
Enemigos de la recuperación
España ha culminado una semana en la que se han evidenciado la esperanzadora realidad de un país en marcha y los peligros que se ciernen sobre su porvenir. Mariano Rajoy recibió en su viaje a Estados Unidos el reconocimiento a los progresos económicos alcanzados y el respaldo a una política que ha sacado al país de la recesión. El presidente americano, Barack Obama, y la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, refrendaron en Washington que España ha dejado de ser un problema para la economía mundial. En Europa, el presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, elogió también la agenda reformista del Gobierno de Rajoy y constató los avances de una economía con pulso recobrado. Esta secuencia de respaldos políticos estuvo acompañada de buenos resultados en parámetros como la deuda, el bono, la prima de riesgo o la inflación. El Gobierno, sin embargo, se ha mantenido en el discurso de la moderación y la cautela. Y hace bien. La economía no está fuera de peligro. Hay riesgos, y no sólo los inherentes a la delicada coyuntura económica, sino también los relacionados con las turbulencias políticas internas. El ministro De Guindos lo mencionó esta misma semana: «La recuperación es frágil y hay que cuidarla entre todos». La experiencia ha demostrado que no «todos» están dispuestos a supeditar los objetivos particulares al interés general. Los secesionistas y los grupos antisistema parecen converger como enemigos de la recuperación. Ambos fomentan, de una u otra forma, con más o menos ruido, la inestabilidad social y política. Son conscientes de que el equilibrio preservado por los poderes públicos ha sido una de las claves en la generación de la confianza en España. Se mueven en la dinámica del «cuanto peor, mejor». También resulta sintomático que la agitación callejera haya aparecido con la intensidad de estos días en el mejor momento económico del país en años –una agitación, por cierto, que sólo la adecuada actuación de la Policía ha logrado frenar en defensa de la libertad de todos–. Ésa es la fotografía. España mejora, pero hay quien no está dispuesto a ello. En todos esos tumultos, organizados y con una finalidad objetiva, hay un trasfondo involucionista que persigue subvertir la legalidad y la legitimidad por medios ajenos al sistema. En este punto, el PSOE debe decidir si se decanta por instrumentalizar el alboroto y encaramarse a la radicalidad o si ejerce de partido de gobierno y entiende que el fin no justifica los medios. En ese dilema se juega demasiado. El Gobierno, por su parte, debe articular respuestas proporcionadas pero firmes, porque la prioridad es blindar la recuperación de la que dependen la prosperidad y el bienestar de la ciudadanía. Sin distraerse de lo trascendente, sería un error relativizar los riesgos.
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