Bruselas

Error socialista con Gibraltar

Tras más de tres siglos soportando la colonia británica de Gibraltar –cedida a Gran Bretaña por el Tratado de Utrech en 1713– ningún español debería caer en la ingenuidad de creer en las buenas intenciones de la metrópoli inglesa o de sus representantes locales. La historia demuestra que cualquier gesto de buena vecindad, cualquier muestra de debilidad por parte de España ha sido torticeramente aprovechado por Londres para consolidar su dominio. Ahí está como advertencia permanente la usurpación del istmo que une el Peñón a La Línea, con las instalaciones del actual aeropuerto, o el desarrollo en terrenos ganados al mar de instalaciones portuarias y residenciales que generan importantes ingresos a la colonia. Ni las resoluciones del Comité de Descolonización de la ONU, ni la transformación de España en un país con peso en la OTAN y en la Unión Europea, socio, por tanto, preferente del Reino Unido; ni cuatro décadas de negociaciones bilaterales han traído el menor alivio a la vergüenza de ser el único país occidental que padece una colonia extranjera en su territorio. Una colonia, además, que distorsiona gravemente el equilibrio económico de la zona, detrae ingresos fiscales a España y es asiento de actividades ilícitas. Un nuevo error político en la percepción del problema, en este caso cometido por el anterior Gobierno socialista al dar carta de naturaleza al gobierno local del Peñón, permitió a Londres desentenderse del farragoso día a día colonial con España, prolongar las negociaciones y, en definitiva, sustraer el incómodo asunto a las agendas de la Comisión Europea, que es lo que pretendía. El Gobierno de Mariano Rajoy, con apoyo de la nueva dirección del PSOE, todo hay que decirlo, rectificó el error e impuso a Gibraltar el cumplimiento de las obligaciones contraídas por el Reino Unido en el marco de Bruselas, además de mantener el ejercicio de la soberanía sobre unas aguas que el Tratado de Utrech reconoce como exclusivas de España. La firmeza ha provocado, como era de prever, la reacción de las autoridades locales de Gibraltar, con una serie de maniobras del jefe local, Fabian Picardo, sin otra virtud que la de obligar a Londres a volver al terreno de juego en la UE. Éste es el telón de fondo del viaje de Picardo a Madrid y sus intentos por recuperar la interlocución perdida. Consciente de la situación, el PSOE y su grupo parlamentario rechazaron cualquier reunión con el representante llanito. Sin embargo, y habrá que atribuirlo al estado de desorientación en que se encuentra el PSOE por la falta de liderazgo, dos diputados con experiencia como Manuel Chaves y Juan Moscoso han caído en la ingenuidad de legitimar a Picardo. Ahora, se reclaman adalides de la «soberanía española» del Peñón. Cuando menos, deberían disculparse.