Bruselas

Esperanza en la España real

El giro de 180 grados que ha dado el Gobierno a las previsiones de los indicadores macroeconómicos de España para los próximos cuatro años, que retratan un escenario de máxima dificultad, tiene un claro destinatario: las autoridades financieras de Bruselas, empecinadas en unas recetas de ajuste duro que pueden estrangular el crecimiento; pero también es un mensaje a las fuerzas políticas y sociales españolas, poco proclives en muchos casos a afrontar la realidad de que sólo con una profunda reforma de las actuales estructuras públicas será posible salir de la crisis. Un ejercicio, pues, de pedagogía ante las resistencias de todo tipo, incluso dentro de las propias filas populares, que están encontrando reformas claves como son las de la Administración local o la implantación de un mercado único en España, lastrado en la actualidad por más de 55.000 normas autonómicas y municipales. Sin embargo, y así como es preciso reconocer que aún estamos lejos de la franca recuperación económica y su consecuente creación de empleo, también es cierto que el camino andado en lo que llevamos de legislatura, en especial en el año 2012, presenta un balance esperanzador, heraldo de que se pueden conseguir los objetivos propuestos a poco que los mercados internacionales mantengan un comportamiento estable. No se trata de pueriles actos de fe en la acción del Gobierno, sino de la constatación de que la mayoría de los indicadores clave en una economía desarrrollada empiezan a alcanzar posiciones claramente positivas. Así ocurre, por ejemplo, con el déficit estructural primario, que es el que más preocupaba a Bruselas, el cual ha registrado la mayor reducción de entre las grandes economías avanzadas. Se trata del esfuerzo de consolidación fiscal más importante de la historia de España, llevado a cabo, además, en tiempos de recesión económica y tensiones financieras. Si a la reducción del déficit se le une el saneamiento del sistema bancario, el aumento de la competitividad –que ha supuesto que, excluidos los productos energéticos, tengamos superávit en la balanza comercial–, una mejora importante del saldo por cuenta corriente –por primera vez desde 1998 no necesitamos financiación exterior– , el desapalancamiento de hogares y empresas, y un diferencial negativo de inflación con la zona euro, se entenderá que ya no se hable de rescates, que los costes de la deuda pública hayan vuelto a los niveles de antes y que se detecte un retorno sostenido de la inversión exterior. Son datos y hechos que también conforman la España real y que deberían servirnos de aliento para proseguir en el esfuerzo. Porque el objetivo vale la pena: rescatar del desempleo a los millones de españoles sin trabajo, principales víctimas de la crisis. Pero esto no será posible sin el saneamiento de un sistema económico que se ha demostrado muy deficiente.