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Histórico, pero inquietante

La Razón
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EE UU e Irán cerraron ayer en Lausana un acuerdo marco sobre el programa nuclear de Teherán que podría suponer el principio del fin de 35 años de guerra fría. Los detalles técnicos de este consenso deberán concretarse antes de que acabe el mes de junio, que es el plazo que se dieron ambas potencias cuando comenzaron a negociar en enero del año pasado. Aunque se trate de un acuerdo de mínimos que permite salvar la cara tanto a unos como a otros, el hecho de que un secretario de Estado de EE UU se haya sentado junto a su homólogo iraní supone un hito histórico que conviene no despreciar. La llegada al poder en Irán en 2013 de un presidente moderado, Hasan Rohani, abrió una ventana de oportunidad para el diálogo que Barack Obama no ha querido desaprovechar. Tras los fiascos de Irak y Afganistán, y con Siria todavía en llamas, el líder demócrata ha centrado los últimos esfuerzos de su segundo mandato en estrechar lazos con el régimen de los ayatolás y con la dictadura de los Castro en Cuba para dotar de cierto contenido a su legado político. Obama se ha esforzado denodadamente en justificar ante Israel su acercamiento a un régimen que persigue la destrucción del Estado hebreo, pero su entusiasmo ha caído en saco rato. Si en algo han coincidido el Likud y los laboristas en la última campaña electoral es en que un Irán con capacidad nuclear debilita a la que es la única democracia de todo Oriente Medio y supone una amenaza aún mayor que los terroristas del Estado Islámico (EI). El escepticismo israelí acerca de la voluntad iraní de cumplir sus compromisos es compartido por muchos estadounidenses. Las críticas a la actuación de la Casa Blanca no han llegado sólo del Partido Republicano, que, dicho sea de paso, controla tanto el Congreso como el Senado. También ha habido reconocidos demócratas que han cuestionado abiertamente la política aperturista de Obama con un Estado con el que rompieron relaciones en 1979 tras la toma de su Embajada en Teherán. La propia Hillary Clinton, única aspirante demócrata conocida hasta la fecha, se ha mostrado tibia ante el acuerdo.

El presidente de EE UU apenas tardó una hora en comparecer frente la Casa Blanca para defender que el acuerdo contribuye nada menos que «a la paz y la seguridad» mundiales. Lo que no dijo es cómo van a verificar que el enriquecimiento de uranio no supere los límites permitidos (y alcance para la bomba atómica) ni cuál va a ser el plazo de vencimiento de las sanciones impuestas a Irán. Porque si a Obama le interesaba apuntarse este tanto lo antes posible, a Rohani le urge recuperar los más de 90.000 millones de euros congelados por el embargo. Nada hace más impopular a un régimen que ya coarta la libertad de sus ciudadanos que a la censura se le sume una parálisis económica como la que sufre el pueblo iraní desde hace una década.