Día Internacional de la Mujer

La mujer, en el centro de la vida

La Razón
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La conmemoración del Día Internacional de la Mujer es en sí misma una anomalía. Sólo puede entenderse en tanto que hay desigualdades que se mantienen, y de manera más acuciante en zonas donde impera la injusticia, el analfabetismo y la guerra. Cuesta creer que en sociedades avanzadas, democráticas, con amplios sistemas educativos y asumidas y ejercitadas todas las libertades públicas, todavía la mujer pueda ser discriminada en algún ámbito de su vida. Sin embargo, es así. Según datos del INE, en 2016 el salario medio anual de las mujeres en España fue de 19.744 euros, frente a los 25.727 euros de los hombres. Es decir, una diferencia de 23,2%. No existe ninguna razón profesional, ni de cualificación, que justifique esta brecha. Apuntan dos motivos que vienen de lejos y que arraigan profundamente en motivos culturales: la realización de trabajos de baja cualificación y, cuando no es así, el sacrificio de un mayor salario por la conciliación, eufemismo detrás del que se esconde un verdadero trabajo social de dedicación a la familia, a la educación de los hijos y al cuidado de los mayores. No vamos a incurrir en la reproducción del tradicional elenco de mujeres que han triunfado profesionalmente; preferimos recordar a aquellas otras que bajo la «profesión» de «amas de casa» se escondía un trabajo silencioso y abnegado, sostén imprescindible de esas nuevas generaciones, incluida la llamada «mejor preparada». Será más fácil que la diferencia salarial se acorte, como debería ser –aunque sea situándonos a nivel de la UE, de momento, que está a tres puntos por debajo de la nuestra–, que erradicar determinadas formas culturales, pues es ahí donde echa raíz el machismo más ignorante. Será difícil, pero en estos momentos nadie está dispuesto a aceptar el chiste zafio como solución a una discriminación evidente. Hay una pedagogía pública que es necesario impartir para impedir que broten algunas formas de «incorrección política» creyendo que sólo se trata de un ejercicio de libertad de expresión. Por ejemplo: el 77% de los trabajadores de la sanidad son mujeres y el 67%, de la enseñanza. Estamos hablando de los dos sectores claves para el funcionamiento del estado del bienestar. Y aunque sólo sean números: las mujeres contribuyen el 45% del PIB y en un sólo día de trabajo aportan 1.372 millones de euros. La actual composición del Congreso reúne al mayor número de mujeres diputadas de la democracia, 138 de un total de 350, un 39,4%, frente a las 18 de 1979. El salto es evidente, pero debe corresponderse con nuestra realidad social, tanto en el número de ejecutivas en empresas, como en la calidad de los puestos de trabajos menos cualificados y retribuidos. No creemos en las cuotas, sino en la lucha contra la discriminación cuando no se quiere reconocer el trabajo bien hecho y el talento. Algunas corrientes feministas y una «corrección política» caricaturesca corren el riesgo de convertir a la mujer en una mera consigna artificial, una coletilla que denigra más que reconoce, cuando no un juego ortográfico: el innecesario «compañero/a». Los ideólogos de la defensa de los «derechos de las minorías» deben saber que las mujeres son ya mayoría y que, por lo tanto, las políticas de la mujer deben hacerse desde la perspectiva de que son una necesidad colectiva. Lo fundamental es la educación y aplicar medidas factibles en el mercado laboral, en las políticas sociales y en el tratamiento público de la mujer. Hace unos días, un diputado de extrema derecha polaco dijo en el Parlamento Europeo que «las mujeres deben ganar menos porque son inferiores a los hombres». Fue un provocación burda a la búsqueda de aliados en una campaña contra los consensos básicos en las sociedades democráticas. Pues de eso se trata, de democracia.