Cataluña

Las elecciones no son la panacea

La Razón
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Si aceptamos como buena la hipótesis de que Pedro Sánchez busca realmente alcanzar La Moncloa –es decir, que va en serio– a través de la moción de censura y cree que esta es la vía más correcta, certera y rápida, suponemos que deberá ser consciente de que corre un doble riesgo. El primero es perderla. El segundo, dañar seriamente su liderazgo en el PSOE después de dos jornadas gloriosas –el tema de Gürtel no requiere mucha argumentación política– en la tribuna de las Cortes. Hay una tercera consecuencia: que el socialismo español vuelva a desdibujar su papel de partido nacional que apuesta por la unidad territorial. Es un flaco favor al constitucionalismo pues la moción de censura coincide precisamente en un momento crucial del desafio independentista catalán, cuando sigue en vigor el 155 y la presidencia de la Generalitat amaga con persistir en la ilegalidad. No será muy edificante para el candidato a la Presidencia del Gobierno atender las condiciones que los partidos independentistas le exigirán para recibir su voto. Joaquim Torra –al que calificó de «racista» hace tan solo unos días– ya ha adelantado que tendrán su apoyo si sigue un «programa republicano» y apoya a los «presos políticos». El PNV, a través de su presidente Andoni Ortuzar, ha soltado una pirotecnia que contrasta con su pragmatismo al apoyar los presupuestos presentados por Mariano Rajoy. Su voto a Sánchez dependerá de «si acepta abordar un cambio en el modelo territorial del Estado, en la aceptación del autogobierno de Euskadi y Cataluña». Todo indica que no se ha tomado muy en serio la moción. En definitiva, no será fácil que el candidato socialista pueda sumar los 176 escaños necesarios. Sánchez lo sabe desde que decidió dar el paso. Este movimiento guarda una gran similitud con su investidura frustrada en marzo de 2016: ni tenía apoyos suficientes, ni programa. Ensayó una alianza con Albert Rivera que ahora es imposible y fue traicionado por Pablo Iglesias. Se enrocó en el «no es no», sometió al país a un bloqueo institucional de nueve meses y su empecinamiento le costó apartarse de la primera línea. El problema del PSOE es la pérdida de su histórica base electoral y en nada ayudará una estrategia tan improvisada y perjudicial para la estabilidad del país. De momento, en cumplimiento de lo establecido cuando se registra una moción de censura, institucionalmente el país entra en una parálisis. El retrato más exacto de la situación política española previa a la traumática sentencia de Gürtel son los 176 votos que aprobaron los presupuestos. Fue una operación política de altura dirigida por Rajoy y que permitió que recibiera el apoyo tanto de Cs como del PNV, dos fuerzas antagónicas. No es poco: sumar la cualidad del diálogo no debería desecharse en estos momentos. Es lógico, por lo tanto, que el presidente del Gobierno piense que la estabilidad es obra suya y que él puede seguir asegurándola –lo exige la crisis en Cataluña, la recuperación económica y los compromisos europeos– y que no es el momento de plantear experimentos políticos tan arriesgados como el que desencadenaría un gobierno presidido por Sánchez con el apoyo de Podemos y los independentistas. Entra dentro de lo razonable que, pese a crisis abierta tras la sentencia de Gürtel, Rajoy no tire la toalla y se empeñe en prolongar la legislatura hasta el final, que quiera separar una etapa que ya ha sido sentenciada en los tribunales con una gestión ejemplar en los temas que realmente acuciaban al país y con los que él se comprometió electoralmente a fondo: poner a España en la senda del crecimiento. Agotar la legislatura y convocar elecciones en 2020 está dentro de la lógica de la estabilidad, a la espera de que se rindan cuentas antes las urnas y pongan a cada cual en su lugar.