ETA

No puede haber concesiones a ETA

La Razón
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El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a través de una solemne declaración institucional, escrupulosa en la exposición de los hechos históricos y centrada en el reconocimiento de las víctimas, ha comprometido su palabra ante la sociedad española de que no habrá, al menos mientras siga al frente del Ejecutivo, compensación alguna a la banda terrorista etarra por su autodisolución ni se renunciará a la acción de la Justicia para presentar ante los tribunales a los terroristas que aún permanecen huidos. Los crímenes de ETA, aseguró el presidente, se seguirán investigando y las condenas se cumplirán. No hubo ni habrá, pues, impunidad. Era especialmente oportuno, a nuestro juicio, que Rajoy expusiera una línea de acción política clara, sin abrigar concesiones, en un momento en el que el aparato de propaganda etarra trata de extender el mensaje del «empate tácito» entre la organización terrorista y las instituciones del Estado, así como un final del proceso de «lucha armada», en el que no habría vencedores ni vencidos. Aunque se trata sólo de una de las líneas propagandísticas de ETA, destinada principalmente al consumo interno, es importante combatir ideológica y políticamente un relato que sitúa en el mismo plano a las víctimas y a sus verdugos y que, por ende, justifica la existencia de un «conflicto político» irresuelto. Es, además, esencial marcar las líneas rojas del estado de Derecho porque, detrás de la vergonzosa ceremonia celebrada en el sur de Francia, se apunta el primer paso de la nueva estrategia separatista abertzale. En realidad, ni la presencia de los mediadores profesionales ni el respaldo de «personalidades» que hace mucho tiempo dejaron de contar en la escena internacional tenía la menor importancia. Durante los últimos siete años, esos mismos personajes se han esforzado, cobrando, claro, por vender una labor inane, que ni siquiera ha tenido eco en la mayoría de la sociedad vasca, salvo en ese mundo endogámico del entorno del terror, y que ha sido recibida con el mayor de los desprecios, la indiferencia, por el conjunto de la ciudadanía española. No. Lo que contaba para ETA en el acto de ayer era la asistencia de los representantes del PNV, de Podemos, de UGT y, aunque a título particular, de algunos socialistas vascos como primera condición para abrir el «proceso» diseñado por Arnaldo Otegi –la llamada «vía Kosovo»– que ha sido ensayado en Cataluña. En efecto, para el mundo abertzale es imprescindible fagocitar a la izquierda radical podemita, para ampliar «la base popular», pero también le vale cualquier interlocución, por equívoca que sea, con un partido de implantación nacional, dispuesto a obviar lo que ha sido ETA y lo que significa. De ahí que hayamos considerado especialmente oportuna la declaración institucional del Presidente del Gobierno que reivindica la victoria de la democracia española frente a un proyecto político, el de la secesión del País Vasco y Navarra, que se trató de imponer mediante la violencia. Victoria que será rotunda cuando asesinos como «Josu Ternera», protegido por una organización que se dice humanitaria, como hoy publica LA RAZÓN, sean traducidos a la Justicia. Porque, como nos dijo Rajoy, la historia de ETA no es más que el relato de quienes pretendieron instaurar un régimen de terror, que era la única forma de conseguir unos objetivos políticos que no podían alcanzar democráticamente. Y fue el testimonio de las víctimas el que desnudó la auténtica naturaleza criminal del proyecto etarra. Ayer, en el sur de Francia, con el ceremonial vacuo de quienes pretendían una jornada memorable, sólo se certificó, anodinamente, la derrota del terrorismo. No había más que celebrar, salvo el recuerdo y homenaje a las víctimas. Y el orgullo de un país que se impuso sobre el terror.