Terrorismo yihadista
Pascua de sangre en Egipto
Aunque la comunidad copta de Egipto, que representa el 10 por ciento de la población, es decir, ocho millones de personas, lleva más de dos décadas bajo la violenta presión de los integristas islámicos, el derrocamiento en 2013 del presidente Mursi –miembro de los Hermanos Musulmanes– por el golpe militar que puso fin a la llamada «primavera árabe» ha convertido a los cristianos egipcios en uno de los principales objetivos de los yihadistas del Estado Islámico. Así, el doble ataque terrorista de este pasado Domingo de Ramos contra sendas iglesias coptas, que ha causado 43 muertos y más de un centenar de heridos, ha venido precedido de un atentado similar contra la Catedral de El Cairo, con 25 fieles muertos, en diciembre de 2016, y del terrible degollamiento en una playa de Libia de 21 trabajadores cristianos egipcios, ocurrido en febrero de 2015. Esta intensificación de los ataques contra los coptos por parte de los islamistas hay que encuandrarla en el marco de la persecución general que sufren las distintas iglesias cristianas en todo Oriente Medio y que ha provocado el éxodo de más de un millón de fieles en Irak y Siria, hasta el punto de que en la llanura de Nínive, cuna de las primeras comunidades donde prendió la fe en Cristo, pueden darse por extinguidas las confesiones siriaca y caldea. Si bien nunca ha sido fácil la vida de los cristianos bajo el islam, la intervención de occidente en Irak, primero, y las revueltas sunís amparadas bajo la cortina de humo de las «primaveras», después, han desatado una de las persecuciones más intensas desde el final del imperio otomano. Si al principio, la excusa, que también se aplicaba a otras minorías perseguidas, era la supuesta colaboración de los cristianos con los enemigos de los musulmanes, ahora, el Estado Islámico y Al Qaeda han decretado, simplemente, la obligatoriedad de conversión a la fe musulmana de todas las personas que residan en el territorio del Califato, que, no lo olvidemos, para los integristas se extiende desde Indonesia a España. En Siria, donde el Gobierno aconfesional de los Asad siempre ha protegido a las iglesias cristianas, la mayoría de sus fieles han buscado refugio en las zonas donde domina el régimen, tras ser expulsados de sus casas o asesinados, como ocurrió en Alepo. En Irak, el despoblamiento cristiano ha sido mucho más extenso, al compás de los avatares de la guerra de religión entre suníes y chiitas. Mientras el Gobierno militar que preside el general Al Sisi en Egipto consiga mantener bajo control el integrismo de los Hermanos Musulmanes, cuyos candidatos fueron vencedores en las primeras elecciones libres celebradas en el país en 2012, la comunidad copta puede contar con la protección del Ejército y las fuerzas de Seguridad del Estado, aunque ésta no sea ni lo eficaz ni lo comprometida que exige la amenaza. Pero si los integristas islámicos consiguen desestabilizar el régimen militar, los cristianos de Egipto sufrirán sin ninguna duda el mismo calvario que sus correligionarios de Irak y Siria. Cabe preguntarse qué papel deberían desempeñar la Unión Europea y los Estados Unidos en la defensa de los cristianos de Oriente, pero, en cualquier caso, éste pasa necesariamente por seguir luchando contra los grupos yihadistas suníes, primordialmente el Estado Islámico, con la intención puesta en que alguna vez sea posible instalar gobiernos en Oriente Medio que respeten los derechos humanos. También es preciso que las naciones occidentales, de raíces cristianas, se vuelquen en la ayuda de los perseguidos y, en su caso, agilicen la acogida de refugiados. Hacer algo, en suma, que no sea prolongar el ominoso silencio ante tantos crímenes.
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